Quiero compartir con ustedes una reflexión sobre la graduación como acto de esperanza y la urgencia de luchar por infancias libres de explotación. Entre globos, diplomas y sonrisas tímidas, celebramos algo que debería ser universal pero sigue siendo un privilegio: el derecho a una infancia dedicada a aprender y soñar. Como madrina de generación del Jardín de Niños Calmécac, ubicado en Ocoyucan, externo que comparto su alegría, pero también una inquietud necesaria: mientras estos niños pisan el escenario con sus togas diminutas, 3.7 millones de menores en México trabajan en lugar de jugar.
La generación que aprendió a contar cuentos y no horas de explotación nos desafía a cambiar un mundo que aún le niega a millones el derecho a ser niños.
Nuestros pequeños de Ocoyucan hoy tienen una oportunidad que muchos otros no, pues la generación “Divulgar la cultura es defender la patria”, que egresó hace unos días, ha descubierto que las manos se usan para moldear plastilina, no para cargar ladrillos; que los números sirven para contar cuentos, no horas de explotación. Han aprendido a compartir la merienda, no a negarle el pan al necesitado. Este jardín de niños —con sus canciones, abrazos y crayones—, con sus actos, resiste la realidad de allá afuera.
Según Buzos de la Noticia, 160 millones de niños en el mundo son víctimas del trabajo infantil. En México, el 13 % de los menores entre cinco y diecisiete años laboran, muchos en condiciones brutales. Detrás de estas cifras hay un sistema económico que sacrifica infancias en el altar de la ganancia. Y es que, mientras aplaudimos a estos pequeños, debemos preguntarnos: ¿por qué solo algunos llegan a este momento? ¿Cómo romper el círculo que condena a millones a cambiar cuadernos por herramientas?
El líder revolucionario Aquiles Córdova Morán lo dijo con crudeza y belleza: “Yo sueño con un mundo de luces solamente…”. Ese mundo exige brazos dispuestos —los nuestros— para luchar contra la desigualdad. Estos niños graduados son prueba de que otro futuro es posible, pero solo si transformamos las estructuras que hoy excluyen a la clase trabajadora. Organicémonos. La pobreza no es natural; es resultado del capitalismo y sus diferentes fases de perfeccionamiento de la explotación.
Hoy celebramos, sí. Pero también comprometámonos a que, cuando estos pequeños sean profesionales —médicos, ingenieros, artistas—, su triunfo no sea la excepción, sino el principio de un Ocoyucan donde ninguna infancia se pierda en las sombras de la explotación.
“La creación de mi mundo pide corazones sinceros”, dice el poema. Estos niños nos los recuerdan cada día. Que su graduación no sea solo un festejo, sino un juramento colectivo por cambiar lo que hoy les niega a otros el derecho a ser niños.
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