La deserción escolar y la precariedad en las escuelas rurales reflejan un abandono estructural que exige organización popular y voluntad política.
En estos días hemos presenciado diversos eventos de clausura, en los que, como es normal, los padres de los egresados cierran un ciclo de mucho esfuerzo y, a veces, de privaciones; con mucha alegría ven coronados sus sacrificios, cuando su hija o hijo recibe un documento que acredita que ha concluido a satisfacción el correspondiente grado de estudios. Desgraciadamente, la alegría de recibir un certificado no todos los jóvenes pueden experimentarla. Muchos de ellos se han quedado a la mitad del camino, han tenido que abandonar las aulas para ponerse a trabajar y ayudar en el gasto familiar.
De acuerdo con la organización Educación con Rumbo, durante este ciclo escolar 2024-2025 casi un millón de estudiantes abandonaron el curso sin terminar sus estudios.
De acuerdo con la organización Educación con Rumbo, durante este ciclo escolar 2024-2025 casi un millón de estudiantes abandonaron el curso sin terminar sus estudios; para ser precisos, un total de 994 mil 219 jóvenes no recibirán su certificado debido a que, por diversos problemas, principalmente económicos, se tuvieron que retirar antes de que terminara el curso.
Aunque la cifra disminuyó un poco en comparación con el ciclo escolar pasado, cuando la deserción escolar superó el millón de educandos, los estudios demuestran que el problema persiste, y que en el nivel medio superior es donde la deserción afecta más, alcanzando el 30.9 %, lo que significa que de cada diez alumnos que se inscriben, sólo siete terminan su bachillerato.
A medida que subimos de nivel académico la cosa empeora; por ejemplo, en la carrera de profesional técnico, de cada diez estudiantes que se matriculan, sólo cuatro logran terminar sus estudios.
Por un lado, tenemos esta situación de la deserción escolar, pero por otro lado tenemos la falta de una política enfocada a mejorar las condiciones materiales que les ofrecemos a nuestros jóvenes y niños; hay un gran rezago en infraestructura. Eso quiere decir que los edificios escolares muchas veces están en el abandono, sobre todo en las comunidades indígenas y rurales, y a veces ni siquiera hay aulas construidas; por lo tanto, los maestros y padres de familia tienen que improvisar sus salones con lámina de cartón o con tablas de madera para poder trabajar.
Y una vez más, los números nos muestran que en educación primaria comunitaria apenas el 3 % de los planteles cuenta con electricidad; en secundaria, sólo el 9 %, y ninguno dispone de internet ni de espacios adaptados para los estudiantes que padecen alguna discapacidad.
Según el Foro Económico Mundial, la desigualdad educativa en México está cada día más grave porque 34.8 millones de niños y jóvenes entre 3 y 18 años que deberían asistir a la escuela no cuentan con los recursos suficientes para estudiar, y de estos, 3.8 millones estudian en pésimas condiciones, porque no cuentan con aulas, baños, canchas o computadoras; esta situación nos ha colocado como los peores de la región latinoamericana y del mundo en 2023.
El caso de Chiapas es especial; datos del Inegi indican que seguimos siendo el estado que tiene el mayor rezago educativo en todo el país, seguido de Oaxaca, Michoacán, Guerrero y Veracruz. Chiapas sigue siendo la entidad donde el 52.1 % de la población de quince años sigue sin estudiar el nivel medio superior porque no hay una escuela cerca del hogar; y sólo dos de cada diez jóvenes logran ingresar a la universidad.
Pero no vayamos tan lejos. Hace unos días, un joven de la comunidad de San Antonio Tres Picos, una comunidad del municipio de Amatán, lanzó un llamado de auxilio a través de las redes sociales, a la presidenta de la república, a quien le solicita su intervención para que les construyan aulas dignas, debido a que por más de catorce años el bachillerato donde estudia ha estado funcionando en salones de madera y sin las condiciones mínimas para un mejor aprovechamiento, a pesar de que los campesinos ya donaron un terreno donde pueda ser edificado el inmueble.
Esta situación que aquí hemos tratado de dibujar refleja que, en un sistema capitalista como el nuestro, la educación que se imparte no obedece a las necesidades de la población; la educación, al igual que la salud y otras necesidades sociales, se va dosificando de acuerdo con los requerimientos del gran capital.
Por ejemplo, en los años en que empezó a desarrollarse la industrialización en nuestro país, se crearon los institutos y bachilleratos tecnológicos, pues hacía falta mano de obra tecnificada que moviera las plantas productivas y la industria maquinizada; hoy, ante la crisis que atraviesa nuestro país, en el que sobra gente que necesita trabajo y la generación de empleos se encuentra estancada, no hay interés en mejorar la educación de los mexicanos.
Pero el pueblo trabajador no tiene por qué seguir la inercia en que se mueven los grandes capitales financieros ni las políticas seguidas por los gobernantes respaldados por ellos; recordemos que un pueblo ignorante es más fácilmente manipulado. Por todo esto, es ahora más urgente que nunca que el pueblo trabajador se una e impulse la mejoría en la educación de sus hijos. Los intereses de los hombres del dinero y los gobernantes que velan por ellos no son los intereses del pueblo trabajador; la gente necesita educarse y politizarse y proponerse en serio conquistar el poder político del país; sólo así podrá transformar el criterio con que hoy se atienden las necesidades educativas de los mexicanos.
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