El término gentrificación no es nuevo ni tampoco su aplicación; ni es exclusivo de las ciudades más densamente pobladas del mundo. Es un fenómeno social aparecido con el exceso de capitales ociosos, incluso locales, que consiste en el desplazamiento o expulsión de la población urbana de menores ingresos económicos, por una parte pequeña de la población, pero de mayor poder adquisitivo. Y aquí también, las consecuencias de este fenómeno urbano las pagará inevitablemente la clase trabajadora.
La Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Oaxaca, Cancún y otras más son algunas de las ciudades donde la gentrificación está cobrando mayor auge en la actualidad, según lo dice la prensa nacional.
Estamos ante una inevitable invasión de capitales ociosos, locales y extranjeros, que reclaman ahora los espacios urbanos más pobres antes ignorados y abandonados.
Pero las recientes protestas de los afectados que se empiezan a notar están lejos de incidir verdaderamente en el origen de semejante fenómeno, pues su componente esencial no es político ni demográfico, sino netamente económico.
Veamos un ejemplo citado por el portal unotv.com: “…el tema de gentrificación tomó la agenda nacional por las protestas ocurridas en la Ciudad de México en contra del aumento en el precio de las rentas, debido a la llegada de extranjeros y el desplazamiento de la población con menores ingresos. Además, … también existen otras consecuencias por la llegada de residentes a las ciudades como el aumento en los precios de servicios y productos, además de la posibilidad de perder la identidad cultural de algunos barrios”.
Pero no nos confundamos, la gentrificación no se combate generando repudio contra los extranjeros. La realidad es que estamos ante una inevitable invasión de capitales ociosos, locales y extranjeros, que reclaman ahora los espacios urbanos más pobres antes ignorados y abandonados por los gobiernos, para realizar ahí el incremento aquel que Marx descubrió y llamó “plusvalía”, fin último y fatal de toda inversión económica bajo el modo de producción capitalista.
Se sabe que el término gentrificación fue creado en la Inglaterra del siglo XIX para describir el entonces proceso de desplazamiento de las clases trabajadoras de los barrios de Londres por parte de la clase media-alta.
La palabra gentrificación deriva del término inglés “gentry”, que a su vez proviene del francés “genterise” (gente de noble cuna). Entonces, gentrificación es el acto mediante el cual la gente de la nobleza o burguesía, económica y jurídicamente invade y expulsa de su vivienda a la gente plebeya o proletaria.
Y, ¿qué podemos decir aquí sobre los capitales ociosos? Grosso modo, es sabido que la centralización y concentración de los grandes capitales del mundo, incluido México, mediante el monopolio se van apoderando de casi todos los espacios y opciones disponibles del mercado local y extranjero, abarcándolo prácticamente todo con sus millonarias inversiones.
Ante esto, aparecen entonces empresarios e inversionistas menores cuyos capitales ya no encuentran acomodo ni áreas de inversión donde poder continuar su ciclo de incremento, por lo que se convierten así en capitales ociosos, cuya existencia peligra. Son estos capitales ociosos los que pugnan por su realización con la gentrificación, entre otros muchos mecanismos a los que acuden.
Es por esto que, no obstante el diminuto tamaño de algunas ciudades como Colima, Villa de Álvarez, Manzanillo y Tecomán, en el Estado más pequeño de la República, se sufre también aquí, aunque en su dimensión debida, la gentrificación con todas sus consecuencias.
Ejemplos los hay, donde los grandes capitales convertidos en desarrolladores urbanos están desplazando tangiblemente a los campesinos y cercando prácticamente a las colonias pobres con la anuencia de los gobiernos locales, donde se están apoderando de casi toda la tierra urbanizable de los municipios.
Al norte de la capital colimense, la colonia popular llamada Palma Amarilla lucha con la Constitución en la mano para poder abrirse paso y realizar su nacimiento legal al que tiene derecho, en medio de populosos desarrollos urbanos que reclaman a toda costa su cuota de ganancia, incrementando así por las nubes las costosas tarifas de productos y servicios, inalcanzables para un modesto trabajador.
En Tecomán, más de 200 familias sin vivienda propia cumplen ya más de tres años pidiendo al gobierno estatal su intervención, para que les vendan un predio de cinco hectáreas que se dice propiedad de Ipecol, un organismo creado por el gobierno para administrar las pensiones de los trabajadores.
Nunca nadie les ha negado la venta; pero exigen al contado el pago de una suma millonaria, so pena de ofertar el predio al mejor postor en cualquier momento. He aquí otra cara de la gentrificación: quitar la oportunidad de vivienda a los pobres para beneficio de los ricos.
Y en Manzanillo hay más. Dos colonias populares: la Everardo Villalobos y La Antorcha están pagando las consecuencias de haberse asentado legalmente justo sobre el casi único polo de desarrollo urbano que aún le queda a la ciudad porteña, botín de negocios urbanos de desarrolladores que se enriquecen con la falta de vivienda.
A la primera, no obstante haber colocado el tendido eléctrico, la CFE les niega la energía domiciliaria a las familias; a la segunda, abandono total del gobierno. Pero eso sí, ambas rodeadas de desarrollos inmobiliarios con todos los servicios. Para los negocios de los ricos, todo; para los pobres, nada.
Y como lo dicho aquí no son sino botones sólo de muestra de lo que viene, haríamos bien en tomar conciencia para que el futuro nos encuentre más prevenidos. ¿Qué hacer, entonces, contra la gentrificación?
Hagamos que los gobiernos cumplan al pie de la letra con todo lo que dice la Constitución. Pero esto no será posible nunca, si no procuramos la unión y la organización de todos los agraviados, presentes y futuros. Organizar y concientizar al que no sabe puede ser tarea solo de algunos, pero sumarse a la defensa de todos será siempre tarea de todos.
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