MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

ENSAYO | Estados Unidos y China, decadencia y progreso III/V

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III. Sobre la relocalización de las empresas estadounidenses 

Pero para la clase trabajadora norteamericana, el saqueo que comete Estados Unidos no le ha permitido vivir decorosamente y el “Estado del Bienestar” que impulsó Franklin Delano Roosevelt en la década de 1930 y continuó hasta la de 1970, ya con la globalización y la aplicación de las teorías neoliberales, con la llegada de Ronald Reagan en 1981 a la Presidencia de Estados Unidos, la política económico-social del gobierno yanqui viró hacia lo que se llama neoliberalismo (en ese cambio también jugó un papel importante la primera ministra del Reino Unido de ese entonces, Margaret Thatcher). 

Entre 1997 y 2020 cerraron en Estados Unidos más de 70 mil fábricas, lo que se tradujo en casi 5 millones de empleos industriales perdidos.

Esa política neoliberal ha consistido en aplicar la teoría de los Chicago Boys de Milton Friedman, según la cual los gobiernos debían reducir la presencia del Estado en la economía; el Estado ya no debe regular al mercado capitalista; el Estado debe dejar de brindar servicios de salud, de educación y otros servicios a la población. 

El neoliberalismo ha pregonado y aplicado la idea central de que es el mercado el que debe regular a la sociedad, sin ninguna taxativa. A todos los gobiernos las instituciones del imperialismo les dieron las órdenes —“recomendaciones”— de “adelgazar” al Estado, de reducirlo a su mínima expresión (cero empresas estatales, cero intervención a favor de la clase trabajadora, reducción al máximo de los gastos en salud, en educación, en vivienda de carácter social, privatización de todos los servicios que eran atendidos por el Estado —agua potable, recolección de basura, atención médica y sanitaria, alumbrado público, educación pública, etcétera—); para que puedan desarrollarse las empresas capitalistas debe haber un control riguroso de los salarios, reducción al máximo del derecho de pensión a los jubilados, etcétera.

Con la caída del socialismo en la URSS y Europa del Este, la burguesía de Occidente se quitó la máscara y, bajo la orientación neoliberal, hizo renacer el capitalismo salvaje y comenzó la era de la globalización que, en el terreno práctico, significó que la economía a nivel mundial, el planeta entero, debía adoptar los lineamientos dictados por los organismos financieros del imperialismo: Banco Mundial (BM) y Fondo Monetario Internacional (FMI); todas las economías debían abrir sus fronteras para el comercio internacional; debían circular libremente todas las mercancías, productos y servicios.

El señuelo que utilizaron los grandes tiburones del capital monopolista fue: todos los países comerciarán “en condiciones de igualdad”, todos los países saldrán beneficiados y así “se iniciará una nueva era de gran prosperidad mundial”. Se puso en boga la “teoría del goteo”, la cual sostenía que, al subir las ganancias de las grandes empresas capitalistas como resultado del incremento del comercio, también subirían los índices de empleo, habría más riqueza en todos los países y esa riqueza iría permeando a todas las capas de la sociedad, de tal forma que todos los seres humanos irían elevando sus ingresos y sus niveles de bienestar. Toda una trampa para engañar al género humano, pues, ya pasadas tres décadas de globalización, el panorama de la distribución de la riqueza es diametralmente opuesto al prometido por sus promotores. 

Los datos de Oxfam son elocuentes para demostrar que la globalización sirvió para concentrar cada vez más la riqueza en unas cuantas manos: en 1990 el 1 % más rico del globo acaparaba el 42 % de la riqueza; para 2015 ese 1 % superaba ya el acaparamiento de más del 50 % de la riqueza global; la misma Oxfam sostiene que en 1990 el 50 % más pobre de la población mundial poseía el 5 % de la riqueza mundial y para 2020 sólo poseía el 2 % de esa riqueza global.

En cuanto a los superricos, Oxfam señala que en 1990 había apenas 250 mil milmillonarios (con dinero estimado en dólares); para 2023 había más de 2 mil 600 milmillonarios, cuya riqueza total —la de los milmillonarios— creció arriba del 300 %. Oxfam señala puntualmente que, al término de 2025, esos milmillonarios controlarán el 15 % del Producto Interno Bruto mundial (es tal la diferencia de ingresos entre los potentados y los trabajadores que Oxfam dice que Elon Musk —el hombre más rico del planeta— gana en veinte minutos lo que un trabajador ganaría en diez años).

O sea, la globalización ha sido un mecanismo que ha servido para que la gran burguesía imperialista se adueñe de la mayor parte de la riqueza global.

Sin embargo, la globalización de la economía mundial traía “una navaja dentro del pan”. Es una ley ineluctable del capitalismo que los capitales, sobre todo los grandes y medianos, se muevan geográficamente buscando ubicarse en donde obtienen tasas de ganancia más altas (y las tasas más altas las pueden obtener en donde es mayor la extracción de plusvalía).

Al extenderse la globalización, los grandes capitales buscaron —aprovechando la apertura de las fronteras al comercio y a las inversiones— colocarse en países que les permitiesen obtener más plusvalía, es decir, los capitales buscaron relocalizarse.

Algunos datos muestran la magnitud de la relocalización de las empresas estadounidenses en otras partes del mundo: el Instituto de Política Económica da los siguientes datos sobre la relocalización de empresas estadounidenses: entre 1997 y 2020 cerraron en Estados Unidos más de 70 mil fábricas, lo que se tradujo en casi 5 millones de empleos industriales perdidos. 

Los sectores más involucrados en la relocalización fueron las industrias textil y electrónica, las cuales en un 85 % se trasladaron a Asia. En la industria automotriz, las compañías General Motors, Ford y Chrysler movieron varias de sus plantas a México (también existe el dato de que a México se trasladaron 3 mil maquiladoras de diverso tipo).

El Buró de Análisis Económico señala que entre 1990 y 2023 empresas estadounidenses  invirtieron en el extranjero 6.5 billones de dólares y China recibió, en el periodo que va de 1990 a 2020, 260 mil millones de dólares de inversiones norteamericanas. El gigante del comercio gringo, Walmart, obtiene en Norteamérica gran parte de los productos que vende de fábricas instaladas en Asia. Y el nearshoring hacia México creció con más de 400 empresas que se instalaron en el periodo 2020-2023 (destacan Tesla, Mattel y Boeing). Se calcula que de 1990 a 2024 se instalaron más de 50 mil empresas estadounidenses en China, más de 12 mil en México, más de 5 mil en Vietnam y más de 4 mil en India.

Sin embargo, a contrapelo de lo que muchos suponen, no es China —ni los países asiáticos en su conjunto— en donde Estados Unidos tiene sus mayores inversiones. Es en Europa en donde, en su conjunto, había ya una inversión en 2024 de más de 4.5 billones de dólares (18 veces más inversión que en China; tan sólo Países Bajos tiene 400 mil millones de dólares de inversiones estadounidenses; Francia tiene casi el doble de inversiones que China de capitales gringos y Gran Bretaña tiene cerca de 2 mil millones de dólares de inversión gringa).

En América Latina, Estados Unidos tiene una inversión para 2025 de cerca de 180 mil millones de dólares (Brasil tiene cerca de 70 mil millones de dólares y México cerca de 50 mil millones de dólares). América Latina está muy lejos de ser la zona del globo que es receptora de grandes inversiones gringas.

El plan del sector de la gran burguesía estadounidense que respalda a Donald Trump tiene como uno de sus objetivos principales la repatriación de muchas industrias que salieron del país en búsqueda no sólo de tasas de ganancia más altas, sino de dominar los mayores mercados del mundo.

Para entender el fenómeno de la relocalización del capital estadounidenses es necesario hacer un comparativo de los salarios que pagan las empresas gringas en las diversas regiones en donde se instalan sus inversiones: en Estados Unidos los salarios a nivel federal son, en 2025, de aproximadamente un promedio de diecisiete dólares la hora, lo que representa un salario anual de 50 mil dólares. Los salarios de las empresas norteamericanas en China en el sector manufacturero para obreros son de cuatro dólares la hora, en promedio, es decir, de 11 mil 600 dólares anuales (aunque en China hay empresas como Tesla que pagan a obreros operarios un promedio de 13 mil dólares anuales).

Mientras, en Vietnam aproximadamente se les paga a los obreros manufactureros un promedio de 1.4 dólares la hora y, en México (Tesla de Coahuila, como ejemplo), de 11 mil 400 pesos mensuales por operario, es decir, 2.5 dólares la hora. No estamos tomando en cuenta el nivel de productividad; sin embargo, es evidente que los obreros manufactureros norteamericanos ganan, en términos aproximados, más de 400 % que los obreros chinos; más de mil 200 % que los vietnamitas y cerca de 700 % que los operarios manufactureros mexicanos en promedio.

No cabe duda: la clase capitalista estadounidense ha buscado invertir sus capitales en donde tiene más altas tasas de ganancias. Trump quiere que regresen las empresas a Estados Unidos o, en su defecto, que los capitales extranjeros inviertan en su país.

El 13 de mayo, diversos medios de comunicación a nivel internacional informaron que el príncipe Mohammed bin Salman, gobernante de Arabia Saudí, firmó un compromiso con Donald Trump —que estaba de visita en Riad— en el que la nación árabe se compromete a invertir 600 mil millones de dólares en Estados Unidos; y también fue noticia de interés mundial la dada el 5 de agosto pasado, en la que Trump anunció que la Unión Europea se compromete a invertir en Estados Unidos 600 mil millones de dólares (Trump logró este acuerdo bajo amenaza de imponer aranceles del 35 % a los productos europeos que importan los norteamericanos).

Sin embargo, las grandes empresas estadounidenses no están dispuestas a regresar a Estados Unidos, no sólo porque perderían enormes ganancias, sino porque hay productos, como los smartphones (los iPhone de la empresa Apple, producidos mayoritariamente en China), que, dada la enorme inversión que realizó esta empresa durante años para capacitar en China a los obreros, los técnicos y todo tipo de trabajadores, dándoles una alta especialización, trasladar su producción a Estados Unidos le resultaría prácticamente imposible, dado que en Estados Unidos no hay obreros ni técnicos capacitados para la producción de los smartphones de Apple.

Pero no sólo es Apple, una empresa que, para producir, requiere de trabajadores especializados —que no tiene actualmente Estados Unidos—. Están los mismos componentes de los smartphones: cámaras, pantallas táctiles, conjuntos de chips ensamblados, placas de circuito impreso, ensamblajes de chips (China domina el 54 % del mercado global de ensamblaje electrónico).

También China domina en la fabricación de juguetes complejos (controla el 80 % de la producción mundial); en ropa deportiva de alto rendimiento es el principal fabricante global; lo mismo se puede decir de las zapatillas deportivas (Adidas tiene el 70 % de su producción en China). Baterías de litio para vehículos eléctricos. China va a la cabeza mundial en precursores farmacéuticos (50 % de los químicos genéricos a nivel mundial se fabrican en China). 

La lista es larga; pero lo incuestionable es que muchos productos se fabrican en China no por tener mano de obra barata. China ha producido durante décadas decenas, tal vez centenas de millones de trabajadores con mucha especialización y capacidad productiva.

Ello contrasta terriblemente con la incapacidad de los obreros estadounidenses, los cuales durante décadas han ido perdiendo paulatinamente las capacidades que, durante muchos años, los colocaron como obreros de los más preparados y productivos del mundo. Ahora están condenados por el mismo capitalismo no sólo a no estar a las alturas tecnológicas de las industrias y actividades más importantes, sino que también esa misma “democracia” capitalista los ha condenado a sufrir una mayor opresión, expresada en malas condiciones de vivienda (crece exponencialmente el número de familias que viven en las calles, en automóviles, bajo los puentes, etcétera).

La obesidad es un problema muy grave en Estados Unidos. Crece la drogadicción y el alcoholismo. La educación superior es inalcanzable para los hijos de los obreros.

Muchos analistas de economía, de política y de geopolítica, etcétera, coinciden claramente en que Estados Unidos está en plena decadencia. Ese declive —como señala el historiador argentino Leandro Morgenfeld en un artículo suyo publicado en mayo de este año en la revista Tectónicos— no es sólo una decadencia económica; también es una decadencia militar, geopolítica, cultural y social.

El acelerado deterioro de Estados Unidos se manifiesta en las políticas de ajuste del presupuesto del gobierno, en el crecimiento de la pobreza y la desigualdad, en su sistema de salud colapsado, en el endeudamiento estudiantil masivo, en la “epidemia” del consumo de opiáceos que golpea con fuerza la salud de millones de ciudadanos.

La polarización social que ha crecido en los últimos años explica por qué haya llegado al poder un personaje supremacista racial, un magnate acusado de varios delitos, acusado últimamente de haber pertenecido a la red de pedófilos que administraba el proxeneta de las élites del poder, Jeffrey Epstein.

Trump ha canalizado las frustraciones de cientos de millones de estadounidenses que son testigos del crecimiento de la pobreza. Según la Oficina del Censo de Estados Unidos, siendo la primera economía del mundo, Estados Unidos tiene niveles de pobreza parecidos a los de un país tercermundista: 38 millones de pobres. La pobreza infantil llega al 16 % —afecta a más de 13 millones de niños—.

Más de 650 mil personas sin hogar fueron registradas en 2023, un aumento del 12 % respecto de 2022. El costo de la vivienda y el estancamiento del salario mínimo son la causa de que millones de estadounidenses no puedan adquirir vivienda propia: el costo promedio de la vivienda es de 420 mil 800 dólares, un aumento de casi el 50 % en cuatro años, y el alquiler de una vivienda supera el promedio de 2 mil dólares mensuales.

Una contradicción brutal es el hecho de que haya ciudades con cientos de miles de casas abandonadas —como Detroit— y el gobierno reconozca un déficit de vivienda de 7.3 millones de casas. La criminalidad ha crecido exorbitantemente: hay ciudades con tiroteos frecuentes, como Baltimore, Chicago y San Luis, Misuri, las cuales tienen tasas de homicidio más altas que las de países en guerra.

Desde 2020 la principal causa de muerte en niños y adolescentes es por disparo de arma de fuego; “la tasa de mortalidad por arma de fuego es 11.4 veces más alta en Estados Unidos que en otros 28 países de ingresos altos” (BBC Mundo).

30 millones de personas (cerca del 9 %) no tienen seguro médico en Estados Unidos. Y a quienes sí lo tienen no les va mejor, pues es tan cara la atención médica en este país que el 66.5 % de las quiebras económicas personales se deben a gastos médicos.

La esperanza de vida viene cayendo en el país más poderoso del mundo: pasó de 79 años en 2014 a 77 años en la actualidad; razones que explican la caída: no solo la pandemia de covid-19, sino también lo inalcanzable que es para millones sufragar sus gastos de salud y el creciente aumento del consumo de opioides (en 2023 hubo 107 mil muertes por sobredosis de drogas, mientras que en 2008 apenas llegaron a ser 36 mil muertes por la misma causa).

La Reserva Federal de Estados Unidos informó recientemente que la deuda estudiantil —en ese país no existe la educación superior gratuita— ha crecido, de tal forma que actualmente uno de cada cinco adultos tiene deuda estudiantil. El promedio de la deuda es de casi 38 mil dólares (el equivalente a más de 700 mil pesos mexicanos; Pew Research Center).

La Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles (ASCE) ha emitido alertas en cuanto al envejecimiento (redes de agua potable, drenaje, alumbrado público, etcétera, que fueron instaladas a principios del siglo XX y cuya duración fue calculada como máximo en 75 años) y a la falta de inversión federal para mejorar y dar mantenimiento a la infraestructura —carretera, ferroviaria, hidráulica, de telecomunicaciones, hospitalaria, educativa, eléctrica y otras—, lo que, de no atenderse, se agravará en el periodo que va de 2025 a 2040. 

El gobierno estadounidense ha señalado que invertirá 1.5 billones de dólares, pero los especialistas señalan que hace falta invertir 2 billones de dólares, cuando menos. El capitalismo estadounidense no es capaz de reparar y dar mantenimiento a su infraestructura; también en esto se muestra la decadencia del imperialismo gringo.

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