IV. China, la locomotora de los Brics
China es el país que encabeza el gran bloque comercial llamado Brics, por ser la economía más grande y dinámica de ese conglomerado que busca el multilateralismo económico y político en el globo. Los Brics actualmente han conformado el bloque comercial y económico más grande del mundo, pero todavía no han logrado ser el bloque financiero más poderoso del planeta.
La población de los Brics constituye (tomando en cuenta la incorporación de los nuevos miembros, es decir, además de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, también Egipto, Estados Unidos, Etiopía, Irán e Indonesia; más miembros asociados, que son once) 4 mil 450 millones de seres humanos, que representa 55.61 % de la población mundial (8 mil 010 millones), y el bloque en su conjunto produce casi 44 % del PIB mundial (en paridad al poder adquisitivo, PPA).
Los Brics superan al bloque de países imperialistas más desarrollados, bloque conocido como G7, en población, pues el G7 sólo representa 10 % de la población mundial, y el PIB de este bloque occidental es de 29.6 % (PPA); los datos no mienten: el G7 representaba hace cincuenta años 75 % del PIB mundial, o sea que en cinco décadas su PIB, en relación con el PIB mundial, ha caído 50 puntos porcentuales.
Si bien es cierto que el G7 en su conjunto representa 65 % del comercio mundial, su capacidad de control del comercio mundial ha venido disminuyendo desde 1990. Una de las razones que ha impulsado al gobierno de Donald Trump a aplicar los aranceles unilaterales de forma frenética consiste en que en los últimos años Estados Unidos ha incrementado su déficit comercial con China y con la Unión Europea; con esta última su déficit comercial de bienes en 2024 fue de 235 mil 900 millones de dólares y con China fue en 2024 de 295 mil 400 millones.
Es cierto que la imposición de aranceles por parte del gobierno norteamericano de forma unilateral hacia la UE y China le puede permitir a Estados Unidos obtener una reducción de los déficits comerciales, y a obtener ingresos que se estiman para todo el año 2025 de 600 mil millones de dólares; sin embargo, los efectos en la reducción de las importaciones de los productos chinos y de la UE serían mínimos, dado que son bajos estos aranceles (el promedio del aumento con los aranceles de Trump subió de 2.4 % antes de que Trump llegara al poder, a finales de 2024, a un promedio, en el mes de julio de 2025, de 18.2 %).
En estos primeros meses de embestida arancelaria de Trump, han tenido caídas en su balanza comercial de forma grave. Sin embargo, las economías más fuertes del globo están sorteando el golpeteo del proteccionismo de Trump, dado que comienzan a realizar intercambios comerciales con otras naciones, lo cual impide que su comercio tenga caídas abruptas (por ejemplo: China redujo su comercio con Estados Unidos en 11 %, pero China redireccionó su comercio hacia la UE, hacia India y la Asean —Asociación de Naciones de Asia Sudoriental—, nulificando las afectaciones que el imperialismo gringo quiere provocar en el Gran Dragón).
Las estimaciones de reconocidos economistas señalan que, en diez años, con los aranceles de Trump a China y la UE, sumarían 2.5 billones de dólares, por lo que esto sería totalmente insuficiente para pagar la descomunal deuda de Estados Unidos de más de 36 billones de dólares. Y lo peor para esta política arancelaria de Trump es —dicen algunos especialistas en la materia— la elevación de los costos inflacionarios y la destrucción del flujo comercial, la desaparición de importantes cadenas de suministro.
Al interior de Estados Unidos la inflación está creciendo (para el mes de junio de 2025 fue de 2.7 %, lo cual, de seguir esta tendencia, para fines de año será superior a 15 %) y los salarios permanecen estancados, lo cual traerá el crecimiento del descontento de la clase trabajadora norteamericana. Pero Estados Unidos ya no tiene el poder que tuvo la mayor parte del siglo XX; tiene ahora una pérdida de poder económico que, a nivel global, puede provocar estancamiento o recesión y hasta agudizamiento de la crisis (tan sólo en julio de 2025 quebraron 70 grandes empresas gringas, pero en 2022 quebraron 405 grandes empresas, y todo parece indicar que la velocidad de estos quiebres se va acelerando).
El país que es la locomotora de los Brics, ese bloque de enorme desarrollo, es, sin duda alguna, China. En la mente de millones de seres humanos seguramente estará la pregunta de cómo, en pocas décadas, China logró colocarse como la segunda potencia económica del planeta. Si retrocediéramos en el tiempo 40 años para ver a China, este país sería irreconocible a nuestros ojos. Y es que la escala y velocidad de los cambios ocurridos en China en las últimas cuatro décadas son algo impresionante; en la última década China ha construido más de 42 mil vías de trenes de alta velocidad (es el único país que ha fabricado y ha hecho funcionar en todo el mundo los trenes de levitación magnética), ha levantado docenas de ciudades avanzadas: algunas pasaron de ser simples aldeas o pequeñas ciudades a ciudades donde se encuentran los logros tecnológicos más avanzados en la producción, en el transporte, en la atención médica, en los servicios públicos (expongo sólo tres ejemplos: Shenzhen (Guangdong), que fue la primera zona especial de la década de los ochenta; de ser aldea pesquera, convertida en megaciudad tecnológica en donde se asientan empresas como Huawei, Tencent, etcétera; en 2017 ya tenía un PIB anual de 330 mil 100 millones de dólares. La ciudad de Hefei, cuyo PIB creció de 2012 a 2017 en 73.2 % (ahí se producen autos, electrodomésticos y biomedicina). Y la ciudad de Chengdu, cuyo PIB creció de 2012 a 2017 en 70.66 %; ahí se produce industria pesada tradicional, se producen tecnologías avanzadas en robótica e inteligencia artificial y es el motor económico del oeste de China).
Una pregunta necesaria para todo economista, sociólogo o especialista en geopolítica: ¿puede sustituir Estados Unidos a China como el mayor exportador de manufacturas en todo el mundo? Muy difícil, pues China produce actualmente 31.6 % de los productos manufacturados en todo el mundo, mientras que Estados Unidos sólo produce 16 %; Japón y Alemania producen apenas 5 % cada uno. Y si alguien cree que los aranceles que ha amenazado poner a China Trump del 145 %, con esto se caería la economía china, se debe saber que las exportaciones de China a Estados Unidos sólo representan un poco más de 14 %, y casi 86 % de sus exportaciones van a distintas partes del mundo.
China tiene la capacidad de colocar en muchas partes sus productos, y, en caso de que Estados Unidos deje de importar al gigante asiático, este, en corto o mediano plazo, resolvería su problema. Los dirigentes chinos han señalado también que consideran como un paso fundamental, para evitar quiebras o crisis económicas que desestabilicen al país, hacer crecer el mercado interno chino (que, con poco más de mil 400 millones de habitantes, si estos hicieran un mayor consumo, seguirían dinamizando el crecimiento de su economía).
Trump está cometiendo el grave error de querer imponer aranceles a países pertenecientes a los Brics con el propósito de orillarlos a someterse a los dictados del imperio norteamericano; tal es el caso de Brasil, al que le impuso aranceles de 50 %, alegando que el gobierno de Lula está cometiendo una injusticia al querer juzgar y encarcelar al expresidente Jair Bolsonaro, acusado de intentar un golpe de Estado.
Y a India le quiere imponer aranceles por ser uno de los principales compradores de petróleo de Rusia. Antes de las sanciones a Rusia por la guerra en Ucrania, India sólo adquiría 2 % del crudo ruso; ahora compra 36 % del petróleo ruso.
Una vez más los Brics muestran que sus exportaciones y, por tanto, sus economías pueden seguir funcionando sin el control del imperialismo occidental.
China es líder actualmente en computación cuántica, en ciencia espacial y en energía nuclear (el gigante asiático planea construir 150 reactores nucleares de aquí a 2035; un dato que nos muestra el gran avance del gigante asiático es que, en el año 2000, tanto Estados Unidos como China graduaban, en números redondos, 200 mil ingenieros —en diversas ramas de la ingeniería, entre las que destacaba la cifra en ingenieros en computación—; para 2020, Estados Unidos seguía graduando la misma cifra y China graduó casi un millón 400 mil ingenieros).
Y la vieja mentira de que el avance científico y tecnológico de China se debe a que roba la tecnología y los avances científicos de Occidente, nadie se puede ya tragar esa rueda de molino. El Partido Comunista Chino, aplicando creativamente la sabiduría del marxismo-leninismo, entiende que el país que domine en el futuro la ciencia y la tecnología será el país que encabece el verdadero desarrollo a nivel mundial, por lo que ha puesto especial atención a la ciencia y la tecnología. China cuenta actualmente con 39 universidades que tienen programas para formar ingenieros especializados en la investigación y aplicación tecnológica de las “tierras raras”, que actualmente son sumamente importantes y estratégicas para la producción de teléfonos inteligentes, pantallas planas, vehículos eléctricos, turbinas eólicas y para la fabricación de armamento de diverso tipo.
¿Cómo ocurrió el hecho de que China, de ser un país atrasado, se convirtiera en el motor del capitalismo mundial? ¿Qué impulsó a Deng Xiaoping, a principios de la década de los ochenta del siglo XX, a buscar el desarrollo del mercado en la sociedad china, cuando se convirtió primero en ministro de Educación y después en el líder del PCCH y jefe del Estado chino? Los historiadores coinciden en señalar que, en el desarrollo histórico de China, durante casi un milenio esta nación fue una potencia económica. Para 1820 la economía china era más grande que la de Estados Unidos y Europa juntos y representaba, en ese entonces, un tercio del PIB mundial; sin embargo, ese desarrollo y esa fortaleza menguaron a partir del siglo XIX, cuando sufrió una caída en sus capacidades productivas y sociales, lo cual fue aprovechado por potencias capitalistas, que sometieron al país.
El siglo XIX incluso es considerado por los mismos historiadores chinos como el “siglo de la humillación”, pues Gran Bretaña y otros países dominaron militar y políticamente al gran país asiático. Y, ya entrado el siglo XX, China sufrió la invasión de Japón y perdió, durante la Segunda Guerra Mundial, a más de 35 millones de personas. En 1949 triunfó la Revolución Socialista China, encabezada por Mao Zedong, tras una larga lucha del pueblo chino contra la burguesía nacionalista, liderada por un títere del imperialismo anglosajón: Chiang Kai-Shek. A partir del triunfo de las fuerzas comunistas se aplicó en China un modelo de socialismo basado en las “comunas populares”, una forma de propiedad colectiva basada en la producción autogestionaria, pero que nunca pudo acabar con la pobreza y el hambre en el gran país asiático. En los años sesenta del siglo XX, Mao Zedong impulsó la llamada “Revolución cultural”, siguiendo el modelo económico socialista soviético. A la muerte de Mao, en 1976, 50 % de la población china seguía padeciendo pobreza y pobreza extrema y nueve de cada diez chinos vivían en el campo; en esa época tener una bicicleta era un lujo, y a quien la tuviera se le consideraba “rico”. Actualmente es la economía más productiva del planeta, con sólo 1 % de la población viviendo en pobreza; hoy tiene más de 20 ciudades con más de 5 millones de habitantes. Hoy China, si se mide su PIB por la PPA, es ya la mayor economía del mundo. Otros datos muy reveladores: en dos años China produjo más cemento que Estados Unidos en todo el siglo XX; su red ferroviaria es más larga que toda la red ferroviaria de todo el planeta, sumadas. Este enorme desarrollo económico ha permitido a China convertirse en una nación que puede financiar proyectos de construcción de infraestructura portuaria, carretera, ferroviaria, hidráulica, de telecomunicaciones, de industria manufacturera, etcétera; por ejemplo, tiene participación en más de 30 terminales portuarias en la UE. En África y Asia tiene grandes inversiones en petróleo, gas y energía eólica y solar. El mayor proyecto económico que ha instrumentado a nivel global es la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), en la que ha propuesto una concepción diametralmente distinta a como lo han hecho las naciones imperialistas durante siglos. La BRI busca la cooperación entre las naciones participantes para desarrollar todos los proyectos que permitan “construir y compartir juntos”; es decir, no se trata de expoliar a las naciones menos desarrolladas obteniendo ventajas exclusivas para China, sino de compartir los beneficios de esas grandes inversiones en términos de equidad y satisfacción mutua. De esta manera, China ha invertido, desde 2013, en más de 150 países del mundo 1 billón 308 mil millones de dólares (775 mil millones en contratos de construcción y 533 mil millones en inversiones no financieras). Y, con las nuevas políticas arancelarias de Estados Unidos, las cuales son golpes a las economías de todas las regiones del mundo, China se muestra como un negociante equilibrado, el cual evita el abuso y la depredación.
Una paradoja de la realidad actual consiste en que, mientras los que hasta ahora han sido los feroces defensores del “libre mercado”, los promotores de la globalización, ante su gigantesco fracaso como países más competitivos en el comercio mundial, ahora se han refugiado en el proteccionismo mercantil, el Gran Dragón de orientación comunista es el adalid del libre comercio.
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