El próximo 18 de agosto se cumplen 25 años de la muerte física de don Crescencio Sánchez Damián, quien perdió la vida a manos de los criminales dirigidos por Guadalupe Buendía, alias “La Loba”, quien quería impedir la toma de protesta del recién electo alcalde de Chimalhuacán, Estado de México, el biólogo Jesús Tolentino Román Bojórquez y con ello mantener su cacicazgo y dominio en el municipio.
Don Chencho, como le decían amigos y vecinos, fue una de las diez víctimas mortales y más de 100 heridos de bala, todos antorchistas, que causó la embestida de “La Loba”.
Don Chencho, como le decían amigos y vecinos, fue una de las diez víctimas mortales y más de 100 heridos de bala, todos antorchistas, que causó la embestida de “La Loba” a pesar de que, a dos cuadras del lugar de los acontecimientos, se encontraban 300 elementos de la Policía estatal que permanecieron indiferentes ante la agresión. Don Chencho, pues, es uno de los mártires del 18 de agosto de Chimalhuacán.
A pocos días de que se cumplan 25 años del fallecimiento de su padre, su hija, Reyna Sánchez Ramírez, recuerda los momentos de alegría, de amor, de severidad, de guía y vida de su padre que al morir contaba con 74 años.
“Mi padre nació en 1936 en Santa Cruz, Guanajuato; somos ocho hermanos: dos viven en Guadalajara, uno en Puebla, otro en Matamoros, otro en Michoacán y dos en Cuautitlán Izcalli; de jovencitos, en 1982, nos trajo a vivir a ejido Azotlán, en el municipio de Nicolás Romero. Entonces había una casita por acá, otra por allá, otra más arriba, sin tiendas ni carreteras, sin ningún servicio, sin nada, pero estábamos contentos porque ya teníamos nuestra casita.
Él, cada ocho días, daba 100 pesos de aquel tiempo a unos señores que daban juntas y venían a cobrar el terreno, pero ahí ellos se llevaban su dinerito. En ese tiempo mi papá trabajaba en una empresa de aceros; toda su vida fue mal hablado, pero bien justo y compañero de sus vecinos. A los malhechores y los delincuentes les hacía frente; era muy valiente.
Los problemas empezaron cuando entraron los del PRI, luego los del PAN y al último los del PRD, quienes empezaron a dividir y apartar a la gente con la promesa de meter servicios; no teníamos ni agua, ni luz, ni tortillerías, ni tiendas; no había nada, pero tampoco hicieron nada.
Entonces, en 1996, un vecino que trabajaba en la fábrica Fanal nos dijo que si queríamos salir de esa situación contactáramos a Antorcha; así lo hicimos, fuimos a la Clara Córdova, nos contaba nuestro padre.
Vino la maestra Guadalupe Orona a ayudarnos —ella ahora es dirigente de Antorcha en Hidalgo— y nos enseñó a unirnos; un día éramos unos pocos, pero a la siguiente junta ya éramos más, así hasta ser más de trescientas familias que empezaron a luchar por mejoras para la comunidad.
En ese mismo año empezaron a llegar unos señores a espantarnos; decían que nos iban a desalojar, que nos iban a quitar el terreno porque no era de nosotros, que tenía dueño, que eran los apoderados de los señores Cordero, quienes querían revender toda la colonia.
Eran nuestras casas; Antorcha nos dijo únanse y nosotros vemos por ustedes; así fue: nos hicieron entender cómo, unidos y organizados, con gestiones, mítines, marchas, plantones y la difusión de volantes defenderíamos nuestras casas porque emprenderíamos la lucha legal de nuestros predios.
En ese tiempo despidieron a mi papá de la empresa en que había trabajado por muchos años; ya era grande, pero con muchas ganas de vivir; se dedicó a ir a todos los eventos de Antorcha, andaba e iba a Michoacán, a Puebla a apoyar; andaba con ellos para arriba y para abajo, donde había plantones, marchas y salidas; ahí estaba él.
En la lucha por la defensa de nuestros terrenos también luchamos por las áreas verdes. En aquel entonces venían a alegar personas que decían que eso no era de la comunidad, incluso querían lotearlos para venderlos, pero no pudieron porque no nos dejamos. En el plantón que se instaló frente a lo que ahora es la Casa de Salud Municipal, todos los de la colonia participaron; él era uno de los primeros, hasta sacaba a los vecinos de sus casas para que fueran al plantón; era muy dicharachero, pero entre broma y broma les decía la verdad, los animaba para que participaran y siguieran en la lucha.
En el año 2000, el ataque de ‘La Loba’ le arrebató la vida. Todavía tenía mucho por hacer, mucho por vivir.
Su ejemplo cundió entre sus compañeros; el antorchismo se enraizó en ejido Azotlán; con la lucha lograron la construcción de la lechería, la conservación de dos predios para la edificación de dos iglesias, el campo de futbol, el centro comunitario, la preparatoria Mario Benedetti, la Casa de Salud Municipal, la electrificación, el agua potable, el drenaje, la mayoría de las pavimentaciones y que más de seiscientas cincuenta familias conservaran su patrimonio.
Él hubiera sido alguien grande, porque incluso estaba estudiando con ellos; no tenía estudios, ellos estaban enseñándole a leer; no a escribir, pero sí a leer, porque él quería aprender más para ayudar más a la gente; era su pensamiento; él hubiera sido un buen activista.
Con guasas sabía convencerlos; les decía: órale güey, échale ganas, vámonos, órale, dejen de estar aplastados a dos nalgas; era bien grosero, pero así los invitaba; lo respetaban mucho.
Mi papá era juguetón con sus hijos; de joven no, porque no tenía tiempo, pero después de que lo quitaron de trabajar pues ya tenía más tiempo con sus hijos, con sus nietos; era muy consentidor.
Ninguno de sus hijos o nietos se llama como él; hasta en eso bromeaba: no les pongan así porque ese nombre feo, nos decía; él era divertido, era canijo, pero siempre nos hacía reír; siempre que decía por esto, que por lo otro, que por un perro que pasaba, ‘ay perro cabrón’, decía las cosas tal y como son; nada que le daba pena decirle a alguien las cosas; él decía abiertamente todo lo que pensaba y sentía, así como la gente de antes, así muy valiente, y así falleció”.
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