MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Un reconocimiento a la juventud que levanta a México en tiempos de crisis

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En los momentos más difíciles de una nación es cuando se revela su verdadera fortaleza, y México ha demostrado, una vez más, que su motor más potente es su juventud. Frente a los recientes desastres naturales que han golpeado con fuerza a diversas regiones del país y que han dejado a su paso destrucción, pérdidas humanas y comunidades enteras en el abandono, han sido los jóvenes quienes, sin esperar órdenes ni recursos, se han lanzado a las calles, a los ríos desbordados y a las colonias devastadas para tender la mano a quienes lo han perdido todo.

Están presentes en los albergues, en los centros de acopio, en las comunidades rurales, en los barrios marginados. Son el rostro solidario de una generación que, lejos de rendirse, ha decidido ponerse de pie.

Mientras muchos funcionarios se enredan en discursos, fotografías y promesas, los jóvenes actúan; ellos no cuentan con presupuestos, ni vehículos oficiales, ni escoltas; sólo tienen su energía, su juventud y una inmensa convicción de que otro México es posible.

En las últimas semanas, se les ha visto cargar víveres, levantar escombros, organizar centros de acopio y recorrer las comunidades afectadas, no para ganar aplausos, sino porque entienden que la solidaridad es el primer paso hacia la verdadera transformación social.

Entre esos jóvenes destacan los integrantes de la Federación Nacional de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” (FNERRR), quienes se han movilizado hacia las zonas más afectadas por las inundaciones.

Ahí están, hombro con hombro con las familias damnificadas, distribuyendo ayuda, limpiando viviendas, cocinando para los más necesitados y, sobre todo, llevando esperanza. Su ejemplo no sólo inspira, sino que cuestiona: ¿Dónde están los que deberían estar dirigiendo estos esfuerzos? ¿Por qué son los jóvenes quienes, una y otra vez, tienen que suplir con voluntad lo que el Estado no hace con responsabilidad?

La juventud mexicana ha demostrado que no es apática ni indiferente, como tantas veces se le ha querido etiquetar. Por el contrario, es generosa, valiente y profundamente comprometida. La energía que poseen, junto con sus sueños y su deseo de un país más justo, los convierte en la fuerza social más transformadora de nuestro tiempo.

Ellos no están esperando un futuro: lo están construyendo hoy, con las manos llenas de lodo, con el sudor en la frente y con el corazón dispuesto a servir.

Ser joven y no ser revolucionario, decía Salvador Allende, es una contradicción hasta biológica. Y hoy, frente a las desigualdades, la corrupción, la violencia y la indiferencia institucional, ser joven en México es, por naturaleza, un acto de rebeldía, una rebeldía que no destruye, sino que edifica, que no grita por odio, sino por justicia; que no busca privilegios, sino oportunidades para todos.

Por eso es necesario invitar a toda la juventud mexicana a organizarse, educarse y luchar, a entender que el cambio no vendrá de quienes hoy ostentan el poder, sino de quienes, con conciencia y compromiso, se unen desde abajo para exigir un país digno.

La educación, en manos de una juventud organizada, puede ser el arma más poderosa contra la miseria y el abandono. No basta con estudiar para obtener un título; hay que estudiar para transformar la realidad, para que el conocimiento se traduzca en soluciones, en acción, en servicio.

México necesita jóvenes que no teman involucrarse en la política, entendida no como el juego sucio del poder, sino como el arte de servir al pueblo. Necesita jóvenes que marchen junto a los campesinos que trabajan la tierra, junto a los obreros que levantan las fábricas, junto a las amas de casa que sostienen los hogares, junto a los jornaleros, los albañiles y los productores que día a día sostienen la economía del país. Sólo así, unidos, organizados y conscientes, podremos cambiar el rostro de miseria que por décadas ha marcado a nuestra nación.

El ejemplo de los jóvenes de la FNERRR es una lección viva: ellos no se cruzan de brazos ni esperan la ayuda que nunca llega. Ellos la generan. Su compromiso es una muestra de lo que puede lograrse cuando la juventud canaliza su energía hacia el bien común.

Están presentes en los albergues, en los centros de acopio, en las comunidades rurales, en los barrios marginados. Son el rostro solidario de una generación que, lejos de rendirse, ha decidido ponerse de pie.

Y es que cuando el país se desborda, la juventud se convierte en el dique moral que impide que nos ahoguemos en la desesperanza. Su empuje nos recuerda que la verdadera transformación no se decreta desde un escritorio, se construye desde el terreno, desde la acción colectiva y desde la conciencia social.

Hoy, más que nunca, debemos reconocer que la juventud no sólo es el futuro de México: es su presente más luminoso. Sin su participación activa, no habrá cambio posible.

Por eso, este es un llamado a todos los jóvenes: no se conformen, no se desentiendan, no se dejen seducir por la comodidad o la indiferencia. Organicen sus fuerzas, cuestionen lo injusto, aprendan, participen, luchen.

Porque cada generación tiene su misión, y la de los jóvenes de hoy es la más grande de todas: reconstruir un país herido, rescatar su dignidad y demostrar que la esperanza no se ha perdido. Y si algo han demostrado los jóvenes en estos días de tragedia es que México sí tiene futuro, y ese futuro lleva su nombre, su voz y su ejemplo.

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