MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Productores mexicanos vuelven a alzar la voz

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México atraviesa una de las crisis agrícolas más severas de su historia. No es un accidente ni una mala racha climática: es el resultado directo de décadas de abandono institucional, políticas improvisadas y decisiones que han dejado al campo sin rumbo ni respaldo.

Lo que hoy ocurre en las carreteras del país no es simple protesta, son gritos de desesperación de miles de productores que se niegan a desaparecer.

Los productores ven cómo sus ingresos se evaporan mientras el acceso a créditos, tecnología o seguros agrícolas siguen siendo un privilegio de unos cuantos.

No piden dádivas ni privilegios, reclaman lo que les pertenece por derecho: reglas claras, políticas coherentes y una visión de largo plazo que devuelva dignidad y futuro a quienes alimentan al país.

Las cifras lo explican mejor que cualquier discurso. En los últimos cinco años, los costos de producción agrícola aumentaron más de 46 %, mientras que los precios internacionales de los granos se desplomaron más de 40 % desde 2022.

En Sinaloa, producir una hectárea de maíz blanco costaba poco menos de 36 mil pesos en 2020; hoy supera los 52 mil. Las utilidades, que antes alcanzaban más del 50 %, apenas rozan el 12 %. Sembrar, en México, se ha vuelto un acto de resistencia.

El problema no solo es económico: es estructural. Los programas que daban certidumbre, como el Ingreso Objetivo o la Agricultura por Contrato, fueron eliminados, dejando a miles de pequeños y medianos productores a la deriva. En su lugar, el Estado priorizó esquemas asistenciales que, aunque necesarios para los más pobres, no generan productividad ni competitividad. Así, el campo se estancó.

La consecuencia es visible y dolorosa, los bloqueos y paros agrícolas no son gestos de confrontación, sino de supervivencia. Los productores ven cómo sus ingresos se evaporan mientras el acceso a créditos, tecnología o seguros agrícolas sigue siendo un privilegio de unos cuantos. El gobierno presume autosuficiencia alimentaria, pero la realidad lo desmiente: México produce sólo el 49 % del maíz que consume, 20 % del trigo y del arroz, 80 % del frijol y un raquítico 5 % de las oleaginosas.

Entre 1994 y 2025, la producción nacional de granos creció apenas 18 %, mientras el consumo lo hizo 147 %. La autosuficiencia alimentaria cayó del 72 % al 42 %. Hoy dependemos de las importaciones para llenar nuestros platos. Y cada barco que llega con grano extranjero es una señal más del retroceso.

Durante años, se apostó por importar lo que antes se cultivaba aquí, bajo el argumento de que era “más barato” comprarlo fuera. Pero en un mundo convulso, con guerras, crisis logísticas y cambio climático alterando la producción global, esa lógica se volvió una trampa.

A ello se suma la falta de innovación: mientras otras naciones invierten en biotecnología, riego inteligente y agricultura sustentable, México recorta presupuestos, desaparece instituciones técnicas y margina a sus universidades rurales. Nuestra política agropecuaria parece anclada en el pasado, incapaz de imaginar el futuro.

El gobierno insiste en que los programas sociales son la respuesta. Pero esos apoyos, aunque necesarios, no sustituyen la ausencia de una política de Estado. Repartir dinero no resuelve la falta de infraestructura, de crédito, de mercados, ni de tecnología. El asistencialismo puede aliviar el hambre de hoy, pero no garantiza el alimento de mañana.

Por eso los productores no se rinden, bloquean caminos, levantan la voz, se organizan. Porque detrás de cada hectárea abandonada hay una familia que no logra cubrir los costos de su trabajo; detrás de cada tractor inmóvil hay una historia de frustración y esperanza rota.

El campo mexicano no pide compasión, exige justicia, pide ser visto como lo que es: un pilar estratégico del desarrollo nacional, no un problema social que se administra con discursos. Lo que está en juego no es solo el sustento de millones de familias rurales, sino la soberanía alimentaria y el futuro del país.

México no puede seguir alimentándose del esfuerzo ajeno mientras deja morir de hambre a quienes siembran su tierra. Si el gobierno no escucha, el campo no se detendrá: resistirá y lo hará, como siempre, de pie.

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