A finales del siglo XVIII, el mundo entró en fuertes y severas convulsiones históricas. En 1776 se da la independencia de las colonias norteamericanas y en 1789 los campesinos, los obreros y las clases medias, encabezados por la burguesía de Francia, inician una de las más grandes revoluciones de la historia del hombre: la gran Revolución francesa.
La independencia de México realmente fue una farsa para evitar que en México se instaurara la Constitución de Cádiz, que en algo aliviaba la penosa situación del pueblo trabajador y proponía la instauración de una monarquía constitucional.
Esos dos acontecimientos repercutieron inevitablemente en México. Don Miguel Hidalgo y Costilla era discípulo distinguido de los revolucionarios franceses, se nutrió de las ideas progresistas de la Revolución francesa. Él era un espíritu lúcido de su tiempo y por eso se colocó a la cabeza de nuestra gesta de Independencia.
Las causas de la guerra de Independencia fueron:
1. La gran injusticia en la que vivía el pueblo mexicano. La colonia española, en 300 años de coloniaje, no había hecho prácticamente nada por las clases bajas, por las clases pobres.
2. La Nueva España, como se le llamaba a nuestro país, estaba organizada de una manera absolutamente jerarquizada y sólo satisfacía a un pequeñísimo grupo de españoles peninsulares; el resto del país vivía inconforme con la situación, incluidos los propios criollos, y ya no digamos los peones, los explotados de siempre.
3. La otra causa fue que la clase dominante, formada por los españoles nacidos en México y los nacidos en España, estaba dividida por el exceso de privilegios de los peninsulares y, por lo tanto, no había una fuerza social cohesionada, firme, en torno al virrey, que representaba al rey español y que defendiera los intereses de la Corona; por eso bastó que don Miguel Hidalgo tocara las campanas y llamara al pueblo a decretar la lucha contra los gachupines, para que todo el pueblo, muchos de ellos criollos, se levantara contra el dominio español.
Pero en Europa, Napoleón Bonaparte invade España, toma preso al rey español, que era Fernando VII, y se lo lleva a Francia, poniendo en su lugar a su hermano José Bonaparte.
Entonces don Miguel Hidalgo y sus gentes vieron la oportunidad de lanzarse a la guerra con la consigna de “¡Viva la independencia! ¡Viva la libertad! ¡Viva Fernando VII! ¡Mueran los gachupines!”; o sea, que don Miguel Hidalgo le da a su movimiento esta imagen: la guerra es en favor de Fernando VII, pero contra los gachupines.
De esa manera, don Miguel creía poder despistar a las fuerzas represivas e, incluso, ganarse como aliados a los que eran partidarios del rey Fernando VII.
La campaña de don Miguel se inicia en Dolores, Hidalgo. Posteriormente, los insurgentes toman Guanajuato. Después de su campaña por el Bajío, avanzan sobre la Ciudad de México y, en el monte de Las Cruces, se da la batalla crucial entre los insurgentes y el ejército del virrey; gana el ejército insurgente: en ese momento la capital de la República estaba a merced de los insurgentes.
Pero Hidalgo no aceptó tomar la capital, tal vez para evitar un baño de sangre, y retrocedió, caminó hacia el pueblo de Aculco, y allí se volvieron a enfrentar los ejércitos, pero ganando en esta ocasión el ejército realista; primera derrota de don Miguel Hidalgo. Aquí comienza a perderse la guerra.
A partir de aquí, el cura Miguel Hidalgo se fue de derrota en derrota, refugiándose, por último, en Guadalajara. Las fuerzas del gobierno virreinal lo esperaron en el Puente de Calderón, en el municipio de Zapotlanejo, Jalisco; y ahí lo hicieron pedazos, porque, a pesar de que los insurgentes contaban con más de 100 mil hombres, pudo más el ejército realista con 7 mil 500 soldados, debidamente armados, pertrechados y entrenados. Ahí se acabó el ejército de Hidalgo.
Hidalgo emprende la marcha hacia el norte, buscando pasar a Estados Unidos y conseguir apoyo y armas; pero, en Acatita de Baján, Coahuila, lo aprehenden, junto con Allende, Aldama y Jiménez; lo llevan preso a Chihuahua, lo juzgan y lo fusilan el 30 de julio de 1811.
Don José María Morelos y Pavón, luchador social, auténtico representante popular y el más grande genio militar de la guerra de Independencia, que sentía un gran odio hacia la dominación española en México, toma la batuta. Pero el hecho es que a él también lo fusilan y allí termina prácticamente la guerra de Independencia.
La guerra de Independencia no la ganaron los mexicanos pobres. La independencia de México realmente fue una farsa para evitar que en México se instaurara la Constitución de Cádiz, que en algo aliviaba la penosa situación del pueblo trabajador y proponía la instauración de una monarquía constitucional.
Los verdaderos luchadores populares, Morelos e Hidalgo, murieron en el intento para lograr una verdadera independencia, y los que consumaron la “independencia” lo hicieron para que todo siguiera igual.
Hoy seguimos siendo un país subdesarrollado, dependiente del extranjero, en especial de EU. El 80 % de nuestro comercio depende de los gringos. Hoy somos amenazados con una intervención militar, so pretexto de una pretendida lucha contra los cárteles de las drogas y el crimen organizado, pero con la clara intención de adueñarse de nuestro territorio (como ya ocurrió en 1848), pero sin mexicanos.
Por eso, hoy más que nunca debemos enarbolar la bandera del patriotismo y de la unidad nacional, porque esta tierra es de los mexicanos, por los mexicanos y para los mexicanos.
Hoy, más que nunca, no debemos olvidar nuestras raíces históricas y culturales. Hoy, más que nunca, los mexicanos debemos estar unidos, fuertemente asidos con nuestros hermanos de clase, organizados y dispuestos a defender a nuestra patria, para construir una nación poderosa económicamente, pero justa con sus hijos; porque el único que puede defender la patria y construir una patria así es el pueblo trabajador, a condición de estar unido, organizado y con una firme conciencia política de clase.
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