Hablar de educación en México nunca ha sido un tema neutral. Siempre toca intereses profundos, sobre todo de las clases dominantes, que históricamente han moldeado el sistema educativo a su conveniencia. Y es que la educación no es solamente un conjunto de conocimientos; también es una herramienta de poder. De ahí que no sorprenda que durante siglos haya sido utilizada para mantener el control social y evitar que el pueblo cuestione el orden establecido.
Nuestro sistema educativo ha pasado por múltiples transformaciones, reformas y discursos de cambio, pero los resultados siguen siendo, en muchos casos, limitados o regresivos.
El pensador argentino Aníbal Ponce, en su obra Educación y lucha de clases, describe con precisión este fenómeno. Para él, toda educación impulsada por las clases dominantes cumple tres funciones esenciales: eliminar cualquier vestigio de una tradición contraria a sus intereses; afianzar su posición de poder; y prevenir cualquier intento de rebelión desde abajo. Este análisis, aunque escrito hace décadas, sigue teniendo vigencia en el México de hoy.
Nuestro sistema educativo ha pasado por múltiples transformaciones, reformas y discursos de cambio, pero los resultados siguen siendo, en muchos casos, limitados o regresivos. Aunque en décadas anteriores se intentaron mejorar los contenidos y el acceso a la educación —desde la inclusión de libros de texto gratuitos hasta la formación docente más sólida—, la realidad es que la desigualdad, el abandono institucional y la falta de inversión siguen marcando la experiencia educativa de millones de jóvenes.
La pandemia de covid-19 fue un claro ejemplo de ello. La crisis sanitaria expuso con crudeza las carencias estructurales del sistema: miles de estudiantes quedaron sin acceso a clases por falta de internet o dispositivos, y las autoridades educativas no ofrecieron soluciones eficaces. Más que una oportunidad para replantear el rumbo, se convirtió en una década perdida para la educación de los sectores más vulnerables.
Hoy, con el proyecto de la Nueva Escuela Mexicana impulsado por el gobierno de Morena, se prometió una transformación profunda del sistema. Sin embargo, los cambios implementados muestran una tendencia preocupante: se minimiza la enseñanza de materias clave como matemáticas y biología, mientras se incorpora una narrativa ideológica que promueve el culto a la personalidad del partido en el poder.
En lugar de fomentar la reflexión y el pensamiento crítico, se promueve una visión cerrada que encaja perfectamente con las advertencias de Aníbal Ponce.
Entonces, ¿qué tipo de educación necesitamos? Una que no forme individuos obedientes, sino ciudadanos críticos. Una educación que no ignore la realidad, sino que la asuma, que prepare a los jóvenes para entender y transformar el mundo que los rodea.
Se necesita un modelo educativo que construya comunidad, que involucre activamente a maestros, padres y estudiantes, y que no tenga miedo de cuestionar los dogmas impuestos desde arriba. También hace falta inversión real en infraestructura, en formación docente y en acceso equitativo a la tecnología.
La juventud mexicana merece más que promesas vacías o discursos políticos disfrazados de pedagogía. Necesita una educación que libere, que inspire, que despierte conciencias. Porque sólo así será posible construir una sociedad verdaderamente justa y democrática.
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