Hemos escrito mucho sobre Huitzilan de Serdán, un municipio ubicado en la Sierra Norte de Puebla, al que Antorcha llegó hace 32 años para combatir a los caciques que explotaban brutalmente la mano de obra indígena, y a los pistoleros de la Unión Campesina Independiente que, bajo sus órdenes, sofocaban por la vía del asesinato los intentos de rebelión. Desde entonces, mucha tinta ha corrido en defensa del derecho de los huitziltecos a forjarse un futuro mejor: más prometedor, menos injusto y más humano. Los embates mediáticos contra este pueblo aguerrido, cada tanto, siempre han sido feroces, porque el cacicazgo ha contado con padrinos políticos muy poderosos y con medios de comunicación que les sirven de recaderos.
La última embestida desestabilizadora al interior del municipio, acompañada por una agresiva y tupida campaña en medios de comunicación poblanos y nacionales, inició hace ya algunos meses y ha tenido como actores principales a dos personajes igualmente siniestros y bribones: el expárroco José Martín Hernández Martínez y el cacique Alonso Aco Cortés, y cuyos delitos y reiteradas violaciones a la ley hemos reseñado en colaboraciones anteriores. Esperamos más ataques mediáticos y, quizá, más golpes bajos, porque tanto Alonso Aco como José Martín no actúan solos, sino que forman parte de un grupo de poder que desde siempre ha buscado frenar, a como dé lugar, la gran simpatía que generan, en un sector importante de la población, las banderas de lucha del Movimiento Antorchista Poblano y, desde luego, arrebatarnos la presidencia municipal de este emblemático municipio. Por eso se han ensañado. Por eso, un día sí y otro también, nos amanecemos con vomitivas "entrevistas" o "notas" en las que nos acusan de todo lo que una mente insana puede imaginar. Por eso las agresiones y provocaciones diarias al interior del municipio. Por eso los intentos vesánicos por bañar de sangre, una vez más, a la Sierra Norte de Puebla.
Otros pueblos, otras ciudades, otros estados, ya hubieran caído. Pero Huitzilan no. Huitzilan resiste. Mutatis mutandis, la estrategia del imperialismo y la reacción siempre ha sido la misma: bombardeo mediático al exterior y desestabilización al interior. Y así, grandes países han sido sometidos por el capital y las fuerzas de la derecha actual, encabezadas por Estados Unidos, ante las que Adolfo Hitler es apenas un niño de pecho. Y la pregunta es: ¿Por qué resiste Huitzilan? ¿Por qué, a pesar del gran despliegue de poder contra un municipio tan pequeño de la Sierra Norte de Puebla, el antorchismo huitzilteco ha salido avante? Porque en Huitzilan el poder está en manos del pueblo pobre organizado y unido, y los frutos de este gobierno popular son palpables, extraordinarios e innegables.
En 1984, cuando los huitziltecos se organizaron con Antorcha, el pueblo estaba sumido en un oscurantismo y una violencia inimaginables, gracias a la acción de los caciques paleolíticos y sus gatilleros. Había una primaria sin maestro porque lo habían asesinado, una Iglesia sin cura porque también fue asesinado y una presidencia municipal cayéndose a pedazos. Había otra cosa: una explotación bestial de la fuerza de trabajo indígena que, a punta de pistola, sembraba y cosechaba el café que más tarde era vendido en Puebla como "un producto artesanal". No había nada más.
La lucha por recuperar al municipio fue dura y los antorchistas huitziltecos la dieron solos. Ni el gobierno federal, ni el gobierno estatal, ni nadie, los ayudó a luchar contra los asesinos de la UCI y los caciques estilo Alonso Aco, a quienes parecía que protegían. Con su pecho limpio como único escudo, los primeros antorchistas de Huitzilan enfrentaron la ira de quienes se sentían dueños de la vida de los indígenas, organizando y educando a los demás campesinos. Muchos huitziltecos valientes murieron bajo las balas asesinas de la UCI y los caciques. Muchos activistas de Antorcha fueron, literalmente, masacrados. Pero triunfamos. Desde su llegada, la organización se ocupó por crear la infraestructura necesaria para el progreso, una vez que fueron desplazados del poder los parásitos que chupaban la sangre huitzilteca. Pero no sólo eso; se hizo algo más grande todavía: se le entregó el poder del municipio al pueblo, y es él quien ha gobernado durante 32 años. Por eso, en un artículo publicado hace poco en El Universal, el presidente municipal, Lic. Manuel Hernández Pasión, explicaba que, en Huitzilan, Antorcha es el pueblo pobre organizado, consciente y asido fuertemente de las manos. Muchas veces se ha querido decir que Antorcha e indígenas son dos cosas distintas y hasta opuestas, al grado de que los primeros tienen sometidos a los segundos. Si esto fuera así, la poderosa campaña de medios y desestabilización que estamos sufriendo ya hubiera echado por tierra al gobierno municipal presidido por un buen antorchista. Y hace rato que nos hubieran sacado a patadas. No ha sucedido y esto prueba que las palabras de Manuel Hernández son enteramente ciertas: Antorcha es el pueblo pobre organizado y fuertemente unido.
Los viejos antorchistas, aquéllos que vieron morir a nuestros compañeros, aquellos valientes hombres y mujeres que apostaron su pellejo por un pueblo entero, hoy siguen dispuestos a defender, a pesar de sus años, lo que han construido en 32 años. Pero la vida corre y nadie escapa al paso del tiempo, así que nuevas generaciones de jóvenes huitziltecos se han formado en el fragor de las batallas posteriores. Y esta nueva sangre, valiente, inteligente y orgullosa, ahora tiene como única herencia defender el fuego prometeico, cuidarlo y extenderlo por todo México. A esas generaciones pertenece el actual presidente municipal y muchos jóvenes talentosos que cada día nos asombran con sus acciones. Huitzilan ha resistido porque el pueblo está organizado y es una mole dura, inquebrantable y con futuro.
Por eso no es una exageración decir que Huitzilan le está dando una lección de resistencia al mundo, guardando las debidas proporciones. El antorchismo huitzilteco, curtido en el fragor de duras batallas, le está enseñando al mundo que la única forma de rebatir los embates de la reacción, de soportar las agresiones de la derecha y la falsa izquierda, de que perviva el derecho de los pueblos a su libre autodeterminación es la unidad y conciencia del pueblo. Contra una roca dura, firmemente unida y suficientemente grande, no hay nada qué hacer, sino esperar que los aplaste si se oponen a su paso. Que lo sepan hoy los enemigos del progreso en Huitzilan y en el mundo.
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