MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Ante tantos problemas sociales, México necesita un despertar de las masas

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En México las cosas están muy difíciles; los problemas sociales que agobian a millones de mexicanos no sólo no se han resuelto, o mínimamente aminorado su grado de daño, sino que han incrementado.

Con esta reflexión no se trata de que vayamos en torno a determinada corriente ideológica, o que queramos dañar a quienes tienen el poder en sus manos; no: simplemente somos parte de las voces críticas de los mexicanos más conscientes, que se dan cuenta de que las cosas no marchan bien y que buscan un avance significativo y no un retroceso como país.

Millones de mexicanos enfrentan inseguridad persistente, un sistema de salud en deterioro y una educación que no logra retener a los jóvenes ni prepararlos adecuadamente para el mundo laboral.

El discurso oficialista repite como disco rayado que las cosas marchan de maravilla y nos pinta un país exitoso, sin desigualdad; que los programas sociales son históricos porque están sacando de la pobreza a millones de seres humanos, y muy recientemente nos ha asegurado que la población mexicana es muy feliz.

Sin embargo, los datos estadísticos, los estudios serios, las encuestas y la vida diaria que llevamos, el acercamiento con otros seres humanos que nos cuentan sus penurias, nos muestran, con datos fehacientes, una realidad muy distinta a la pregonada por el gobierno en turno.

Gracias a todo este trabajo que un amplio sector de la sociedad realiza, podemos darnos cuenta, con cifras claras, de que el gobierno incurre en mentiras. La realidad es muy distinta, ya que millones de mexicanos enfrentan inseguridad persistente, un sistema de salud en deterioro y una educación que no logra retener a los jóvenes ni prepararlos adecuadamente para el mundo laboral.

Por ejemplo, la inseguridad continúa siendo uno de los factores que más laceran a la población. Según cifras del Inegi, en 2024 la tasa de prevalencia delictiva alcanzó 24 mil 135 víctimas por cada 100 mil habitantes adultos.

Esto significa que casi uno de cada cuatro hogares tuvo al menos un integrante afectado por algún delito. En términos más concretos, 23.1 millones de personas fueron víctimas de delitos, desde fraude y extorsión hasta robos en transporte público, asaltos o agresiones.

La cifra negra, que representa los delitos que no se denuncian ni se investigan, se situó arriba del 90 % en varias categorías, lo que implica que la mayoría de los actos delictivos ni siquiera se integran en un expediente. La falta de denuncia no se debe a desinterés, sino a miedo, desconfianza en las autoridades, trámites engorrosos y una percepción extendida de que la denuncia “no sirve para nada”.

Pero los problemas no afectan a todos los mexicanos por igual, pues, como siempre, los que más sufren con la inseguridad, por ejemplo, no son aquellos que poseen los recursos a manos llenas para contratar seguridad privada o guaruras que les cuiden las espaldas, sino la población de a pie, que se encuentra inerme ante la ola de inseguridad y violencia que azota al país.

Los trabajadores que usan el servicio de transporte público, que viven en las colonias en donde ni por error se paran las patrullas y en las que no existe alumbrado público, son los que principalmente sufren las consecuencias de la apatía de las autoridades para invertir los recursos y resolver esta problemática tan grave.

Es aquí donde la inseguridad y la violencia se vuelven un peso cotidiano que reduce la calidad de vida, que condiciona hábitos, horarios y hasta decisiones familiares.

En este sentido, como muestra de los tantos problemas tan graves a los que nos enfrentamos, se encuentra el sistema de salud, que amontona señales de deterioro y descuido por parte de las autoridades, que son las que manejan los recursos públicos que deberían invertirse en algo tan importante para todos los mexicanos: la salud.

Para 2024, de acuerdo con estadísticas oficiales también del Inegi, 44.5 millones de personas no tenían acceso garantizado a servicios de salud. En 2018, esa cifra era de aproximadamente 20 millones. En seis años, la cantidad prácticamente se duplicó. En zonas rurales, la carencia supera 13 millones de personas, y en zonas urbanas afecta a más de 30 millones.

Y, para colmo de males, las consecuencias de todo este abandono en este rubro no sólo se limitan a la carencia de seguridad social, sino que se extienden a la incapacidad hasta de recibir diagnósticos oportunos, tratamientos y medicamentos por la escasez o inexistencia de los mismos.

Ante esto, vemos que muchos mexicanos que acuden a los hospitales públicos con la esperanza de ser atendidos y curados de sus males se enfrentan a la falta de instrumentos y material básico para recibir esa atención médica, por ejemplo, la falta de jeringas, gasas y medicinas esenciales.

Y es aquí cuando recordamos las palabras de aquel expresidente que repitió hasta el cansancio, y dejó el poder haciéndolo: que en México contábamos con un sistema de salud como el de los países nórdicos; pero qué lejos quedamos de estos dichos, incluso de acercarnos mínimamente a los estándares aceptables.

Se dice fácil, pero la falta de salud que afecta a los mexicanos es terrible, y el impacto es el acabose, pues, cuando un trabajador con bajo salario enferma, las alternativas se reducen para recuperar la salud, pues representa dejar de lado, en el mejor de los casos, otras necesidades; pero, en el peor de los panoramas, el trabajador no se cura y puede llegar a morir por no poder cubrir dicha enfermedad.

Esto nos debe dejar en claro que, cuando el sistema de salud falla, arrastra con él a miles de familias a la pobreza extrema, a la precariedad severa. Y, más si esta enfermedad es crónica, se vuelve imposible de controlar. Ninguna economía puede sostener un crecimiento serio si casi la mitad de su población no tiene acceso adecuado a atención médica.

Y qué decir de la educación: pésima, atrasada, sin seguimiento eficaz a los programas, sin haberse hecho claridad de que la educación es la columna vertebral de todo país. Por eso es urgente que se invierta en ella lo necesario, algo que el gobierno no ha realizado. 

Hoy estamos viendo las consecuencias de este abandono; por ejemplo, la deserción escolar. Durante el ciclo 2024-2025, más de 864 mil estudiantes abandonaron la escuela en niveles de primaria, secundaria y bachillerato.

La cifra más alarmante corresponde al nivel medio superior, con más de 639 mil jóvenes que dejaron las aulas. ¿Acaso no nos queda claro que, cuando un país abandona la educación, abandona su futuro, o este se vuelve incierto y gris?

¿Y cuál ha sido el discurso del gobierno ante esta maraña de problemas? Además de desconocer o maquillar las cifras que nos dan claridad, ha presentado a los programas sociales como algo excelente y un avance en la justicia social. 

Sin embargo, es bien sabido que estas dádivas monetarias para nada sustituyen el bienestar, pues con una simple transferencia monetaria no se tendrá un sistema de salud funcional, ni se va a garantizar la seguridad, ni una educación de calidad para nuestros hijos. Todos sabemos que estos programas sociales sólo sirven para comprar conciencias y votos, nada más.

Lo que México necesita, ante este crecimiento acelerado de problemas sociales, es un despertar de las masas: una concientización de los mexicanos para que exijan el respeto a sus derechos y obliguen a quien nos gobierna a invertir los recursos públicos en mejorar el sistema de salud, la educación, que se brinde seguridad y se acabe con la violencia, y, sobre todo, que la pobreza ya no incremente.

Pero esto no lo va a encabezar la clase pudiente, pues, para ellos, las cosas, por supuesto, marchan de maravilla, sino la clase proletaria, los pobres, que están sufriendo día a día los embates de un sistema ineficiente que ni siquiera puede velar por el bienestar de sus gobernados.

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