Cada año el 6 de junio, los antorchistas, homenajeamos a nuestros compañeros caídos en la brega; a quienes hasta el último día de su vida permanecieron fieles a la lucha contra la pobreza en México y murieron, muchos de ellos, víctimas de las balas enemigas, sosteniendo la bandera del antorchismo, del ideal justiciero por la construcción de una sociedad mejor, nueva y bien organizada en la que no existan, como ahora, las insultantes desigualdades originadas por la inequitativa distribución de la riqueza social que es producida con su trabajo por las masas empobrecidas, pero con la cual se hincha una ridícula minoría muy poderosa, capaz de imponer su dominio al mundo, bajo el absurdo argumento de que “lo han comprado todo” con cuanto se produce, incluidas, por ejemplo, fuerzas productivas como la electricidad, la ciencia, el viento, la tierra, etc., que, a todas luces, son de todos. Y si alguien se opusiera a los deseos de estos señores, ahí está la ley, la fuerza del Estado y hasta la de las armas para reafirmarlo.
Por eso, cada quién tiene a sus héroes. Y el pueblo debe aprender a reconocer los suyos, a sus mártires, a sus verdaderos adalides para no dejarse engañar, puesto que las clases dominantes veneran a quienes, con sus aportes, contribuyeron al ascenso, consolidación y desarrollo en su lucha por el poder; por eso llenan con sus nombres páginas y libros o cuanto espacio público controlan porque les interesa ensalzarlos como los representantes generales de la sociedad, para ser reconocidos e imitados por todos. Pero la sociedad no es algo abstracto ni homogéneo, es una formación compleja, compuesta de dos partes fundamentales: la estructura económica que la vertebra, condiciona y determina en última instancia, y la superestructura política, jurídica e ideológica, que es, como si dijéramos, el edificio que se levanta por encima de aquella para hacerla funcional, y para protegerla, de tal manera que se reproduzcan, ad perpetuam si fuera posible, las relaciones sociales de producción; en este caso del capitalismo, modo en el que se produce para obtener la máxima ganancia por unos cuantos y no para la satisfacción de las necesidades del género humano como debiera ser.
No hay hombre en abstracto, ni, por tanto, sociedad en abstracto; sino hombres concretos con necesidades e intereses, estableciendo relaciones entre ellos, formando la sociedad, relaciones sociales las cuales dependen, ante todo, de la forma en que se organizan para poder producir los satisfactores de necesidades de esa misma sociedad. Esta organización en la producción, a su vez, está determinada por el grado de desarrollo del “con qué” se produce; es decir, el “con qué” se produce determina el “cómo se produce”; de tal manera que el desarrollo de los medios de producción y del propio trabajo, son las determinantes en el tipo de organización en la producción o el tipo de relaciones sociales y técnicas de producción que se establecen entre los hombres en un determinado momento del desarrollo social. Y aquí, el punto nodal de la cuestión es, en manos de quién están, o propiedad de quién son los medios con los cuales se produce, pues desde que apareció el excedente de productos que hizo posible no sólo el que el hombre pudiera producir individualmente sin el concurso directo del resto de la tribu sino además que pudiera intercambiar con aquella u otras tribus lo que él producía, se comenzaron a formar las clases con base en la propiedad privada de los medios de producción, derivada precisamente del desarrollo y capacidad de éstos medios que acrecentaron la productividad del trabajo humano de tal manera que se pudo producir satisfactores individual y aisladamente, de tal manera que alguien pudiera decir, esto es mío porque yo solo lo hice y con mis propios medios. Pero en su evolución la producción, se hizo más compleja hasta llegar a nuestros días, con la diferencia, de que ahora los medios de producción no provocan ni estimulan la producción aislada e independiente, sino que, por el contrario, ahora la hacen totalmente social y dependiente entre toda la sociedad, de manera, incluso mundial o globalizada, por lo que nadie puede decir, en buena lógica, que es propietario de lo producido porque él lo hizo con su propio trabajo y con sus “propios” medios. Nadie. Entonces si quien ha producido es la sociedad, porque así lo determina el grado de desarrollo de los medios de producción que sólo pueden ser operados socialmente por su volumen y articulación, entonces lo producido, en derechura, a querer o no, es de toda la sociedad. La riqueza, por tanto, es de toda la sociedad y no sólo de unos cuantos, y debe gozarla, entonces, toda la sociedad sin distinciones.
Esa es la lucha y la razón de los que pretendieron y pretenden un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos, un mundo sin guerras, sin hambrunas, sin falta de servicios, sin ignorancia, sin enfermedades incurables y sin miseria; una sociedad desarrollada plenamente pero solidaria y justiciera con todos para que los seres humanos puedan realmente ser libres y desarrollar todas sus capacidades y anhelos. Ese era el ideal de los de avanzada que se nos adelantaron, pero que se fueron convencidos de que tal sociedad no sólo es posible, sino absolutamente necesaria y urgente para garantizar el futuro de la humanidad, pues sin el emerger de esta sociedad, quedaríamos a merced de los que pretenden arrodillar y sojuzgar al mundo, esclavizándolo de manera más directa y brutal a sus intereses, los cuales consumen los recursos en tiempo record en su loca carrera por convertirlo todo en ganancia conduciéndonos velozmente a la extinción, o bien bajo una hecatombe nuclear que acabaría con todas las formas de vida existentes en el planeta, con la que ya amenazan y preparan en estos días, atacando según ellos de manera indirecta, a Rusia y otros países, con tal de sofocar a las economías y naciones que emergen poderosas en forma independiente del imperio con el embrión de una nueva formación socioeconómica, y como expresión de la superación dialéctica del modo caduco y agotado de producir para el capital. Y esa bandera, sostenida con firmeza y decisión inquebrantable por nuestros mártires, sigue indeleble y lozana ondeando en todo lo alto, para ser la guía que inflame de orgullo, decisión y certeza el corazón del sufrido pueblo pobre de México.
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