Las cifras oficiales pintan un panorama triste para Guerrero. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el 58.1 % de la población del estado vive en pobreza multidimensional. Esto representa aproximadamente 2 millones 92 mil 600 personas, una realidad que ubica a Guerrero como la segunda entidad más empobrecida de México, solo después de Chiapas. Más grave aún es que el 21.3 % de la población, alrededor de 769 mil guerrerenses, sobrevive en condiciones de pobreza extrema.
Si bien el Coneval reporta una ligera disminución en la pobreza general (del 66.4 % en 2020 al 60.4 % en 2022) y en la extrema (del 25.5 % al 22.2 % en el mismo periodo), esta fría estadística esconde un retroceso alarmante en derechos fundamentales.
Mientras la población lucha por reconstruir sus hogares y su vida, el capital demuestra su lógica perversa: continúa concentrándose en actividades especulativas y en un turismo de élite, alejado de las necesidades de la gente.
El rezago educativo aumentó del 26.6 % al 28.8 %, y el porcentaje de personas sin acceso a servicios de salud se disparó del 33.5 % al 52.7 % entre 2020 y 2022. Guerrero mantuvo, en 2020, el dudoso título de ser el estado con el mayor grado de marginación en el país, con un índice de 10.989, calificado como “muy alto”. De sus 81 municipios, 34 padecen una marginación “muy alta” y 28 “alta”.
Estos números se traducen en vidas de precariedad: el 42.5 % de la población no completó la educación básica; el 12.47 % es analfabeta; el 9.38 % vive sin drenaje; el 11.55 % sin agua entubada; el 32.9 % enfrenta hacinamiento; y el 80.3 % de los trabajadores gana hasta dos salarios mínimos. En dieciséis municipios, más de la mitad de la población vive en la pobreza extrema.
Frente a este escenario, surge una pregunta inevitable: ¿es esta pobreza un simple accidente o el resultado de una administración estatal deficiente? La tesis de este artículo es que no. La pobreza en Guerrero es un síntoma de una enfermedad sistémica: el capitalismo en descomposición. Como argumentaba Karl Marx, el capitalismo se sustenta en la explotación de la clase trabajadora.
La riqueza generada por el proletariado es apropiada por la clase capitalista, concentrando el capital en pocas manos. La pobreza, lejos de ser una falla, es una condición estructural que garantiza la disponibilidad permanente de mano de obra barata, el verdadero sostén del sistema.
Guerrero es un ejemplo paradigmático. A pesar de su vasta riqueza natural y su enorme potencial turístico, la mayoría de su población permanece excluida de sus beneficios.
Este empobrecimiento masivo no es casual; sirve para mantener una fuerza laboral dócil y barata, mientras una minoría se apropia de las ventajas económicas. La marginación (con su secuela de educación incompleta, vivienda indigna y falta de acceso a salud y agua potable) actúa como una herramienta disciplinaria.
Al fragmentar a la población y relegarla a la mera supervivencia, el sistema impide que se articule una conciencia de clase sólida y una organización autónoma. Municipios como Cochoapa el Grande, con más del 50 % de analfabetismo y sin drenaje, no son anomalías; son la cara más brutal del núcleo ideológico del capitalismo: la desigualdad como factor estructural de contención social.
Eventos recientes, como los huracanes “Otis” y “John” que devastaron Acapulco y otras zonas turísticas, no hicieron más que profundizar esta pobreza estructural y exponer crudamente la desprotección de la mayoría. Mientras la población lucha por reconstruir sus hogares y su vida, el capital demuestra su lógica perversa: continúa concentrándose en actividades especulativas y en un turismo de élite, alejado de las necesidades de la gente.
Ante esto, las políticas sociales paliativas (programas como Prospera, Sembrando Vida o Procampo) actúan como un opio social. Alivian el dolor de forma fragmentaria y temporal, pero en ningún momento cuestionan la lógica explotadora del sistema.
La pobreza no se erradicará con transferencias monetarias, sino con la expropiación de los medios de producción por una clase trabajadora organizada. Cualquier política social que aspire a ser transformadora debe tener como meta la redistribución radical del poder y el capital, no el mantenimiento del statu quo.
La pobreza y la marginación en Guerrero no son “fallas administradas” corregibles con ajustes técnicos. Son el resultado inevitable de un sistema que prioriza la acumulación privada por encima del bienestar social. La verdadera emancipación de Guerrero, y de México, exige una ruptura definitiva con la lógica del capital.
No se necesitan reformas cosméticas, sino una reorganización socialista del poder productivo. Sólo a través de la organización consciente del proletariado, guiado por un análisis marxista de su realidad, podrá iniciarse la verdadera superación de la marginación y la pobreza.
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