Dice Guillén: “Señor, Señor, ¿por qué odiarán los hombres al que lucha, al que sueña y al que canta? ¿Qué puede un cisne dulce guardar sino ternuras en el alma? ¡Cuán doloroso es ver que cada ensayo para volar provoca una pedrada, un insulto mordaz, una calumnia! ¿Por qué será la humanidad tan mala?”
En una clausura de las escuelas de Tecomatlán, el ingeniero Aquiles Córdova Morán calificó de monstruos a los dueños del capital que están dispuestos a todo con tal de mantener su hegemonía y de ejemplo puso el caso de Israel que ha atacado a los palestinos con saña.
¿Cuántas condenas? ¿Cuántas películas de denuncia? ¿Cuántos libros y literatura se han escrito para condenar las atrocidades del nazismo en contra de los judíos? Se han hecho millones de condenas, cientos de películas y miles de libros y artículos académicos sobre los crímenes cometidos contra los judíos por parte del imperialismo alemán, cuya cara monstruosa era Hitler. Ejemplos de esas películas son: “La lista de Schindler” (1993); “El pianista” (2002); “La vida es bella” (1997); “El hijo de Saúl” (2015); “La decisión de Sophie” (1982); “La zona de interés” (2023); “El niño con el pijama de rayas” (2008); “Shoah” (1985); “El fotógrafo de Mauthausen” (2018); “Jojo Rabbit” (2019); obras literarias como el famosísimo “Diario de Ana Frank”, entre muchas otras más.
En la Segunda Guerra Mundial se derrotó al imperialismo alemán, gracias fundamentalmente al sacrificio del pueblo ruso, que aportó 27 millones de vidas, de las cuales tan solo 10 millones eran militares, el resto eran civiles; sin embargo, no se exterminó al imperialismo y las exiguas fuerzas rusas no lo podían hacer en ese momento dadas sus condiciones de devastación, debilidad y pérdida de vidas humanas. Por eso, pactaron las tres potencias fundamentales en Postdam: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Estados Unidos e Inglaterra. A la muerte de Stalin, en el año de 1953, a solo ocho años de haber concluido la Segunda Guerra Mundial, el poder quedó en manos no revolucionarias y no se combatió con energía al imperialismo norteamericano, se le dejó vivir y hoy estamos sufriendo las consecuencias. Por cierto, el lanzamiento de las bombas atómicas a Hiroshima y Nagasaki, cuando ya no era necesario, fueron una muestra de fuerza y mensaje contra toda la humanidad y, sobre todo, contra la Unión Soviética, para dejar en claro quien tenía el poder destructor mayor y a quién debían subordinarse.
Pero esas bombas hablaban en nombre de unos cuantos, de quienes han impuesto siempre la política del capital en favor de los ricos que han sometido a la humanidad entera al dominio y control brutal (muchas veces sigiloso); esas bombas representaban el predominio de la propiedad privada con contraposición a la propiedad colectiva; hablaban a favor de los magnates del dinero y no del pueblo norteamericano, pueblo que es permanente explotado por los dueños de los medios de producción. Las bombas nucleares lanzaban el mensaje de que quien no siguiera las instrucciones imperialistas de los Estados Unidos, estaría sometido, indiscutiblemente, a la violencia nuclear o militar, que es como se ha impuesto a lo largo de los años, después de la Segunda Guerra Mundial, nuestro vecino del norte.
Y no se crea que esas amenazas se ciñen sólo sobre el pueblo de Palestina, no; hoy se amenaza a México, pues al declarar que los carteles mexicanos de las drogas son terroristas, las leyes norteamericanas permiten la incursión militar en nuestro territorio “para combatirles”, sin respetar nuestra soberanía ni mediar acuerdo con el gobierno mexicano, lo cual es riesgoso y un peligro inminente que no debemos ignorar y al cual nos debemos oponer.
Pues bien, esas bombas representan la imposición violenta del capital sobre los trabajadores como filosofía única y generalizada en el mundo, de tal suerte que ningún país puede aspirar a romper la contradicción fundamental del capitalismo, es decir, que la producción tiene un carácter social, pero la apropiación de la riqueza producida tiene un carácter privado; por ende, romper con la contradicción implica que la riqueza tenga, como la producción, también un carácter social. Un judío en una nota decía que debían morir los niños de Gaza, pues son futuros terroristas, que por ello se justifica que estén muertos. Esos son los monstruos.
El imperialismo norteamericano está dispuesto a todo, menos a ceder la riqueza que obtiene de explotar a los trabajadores. Por lo contrario, las cabezas de las otrora víctimas de la rudeza del imperialismo, el pueblo judío, que perdió a 6 millones de seres en la Segunda Guerra Mundial, hoy en Gaza, están matando al pueblo palestino a balazos, con bombas y, sobre todo y lo más terrible, de hambre.
“Al menos 175 personas, entre ellas 93 menores de edad, murieron recientemente debido al hambre en la Franja de Gaza, informó el Ministerio de Salud del enclave. El ministerio de Salud declaró que el número total de víctimas desde la escalada del conflicto en Gaza, que comenzó en octubre de 2023, ha aumentado a 60,430 personas, mientras que más de 148,000 han resultado heridas” (TASS, 03/08/2025). Sin embargo, la posición de los representantes del gobierno judío de Israel, ahora monstruos como los otrora nazis, señalaron a través del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu que están “decididos a destruir al movimiento palestino Hamás” y, además, si los monstruos de Israel no fueran suficientes, el embajador de Estados Unidos en Israel declaró que si Israel “está cometiendo genocidio” contra la población palestina de la Franja de Gaza, “entonces lo está haciendo terriblemente mal” (RT 03/08/2025); es decir, que para el funcionario norteamericano hace falta matar con más saña, con bombas y de hambre, a un pueblo en nombre de los ricos judíos dueños del capital para hacer de la Franja de Gaza un “paraíso” para que lo disfruten los adinerados, sin importar que Gaza ya estaba ocupada cuando llegaron a imponer el estado israelí en 1948.
No podemos estar de acuerdo con el genocidio cometido contra el pueblo palestino por los líderes judíos del estado de Israel, apoyados decididamente por los Estados Unidos y, en ese sentido, los únicos que podemos parar esos atropellos terribles somos los pueblos del mundo organizados y educados. Debemos levantar la voz y hacer que se escuche fuerte y claro. Para ello debemos ir más allá, debemos luchar para alcanzar en México un gobierno por y para el pueblo, un pueblo donde realmente gobierne el pueblo y pueda tomar decisiones trascendentales, como oponerse al genocidio en Gaza y aliarse con Rusia y con China para la construcción de un mundo multipolar y mejor, donde no haya monstruos, sino seres humanos que busquen el bien de la humanidad y no la muerte y el desastre. ¡Alto a los monstruos!
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