Millones de mexicanos vimos, a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, el drama, la terrible tragedia que vivieron y aún viven cientos de miles de mexicanos de los estados de Veracruz, Puebla, San Luis Potosí e Hidalgo.
Ciudades como Poza Rica y Álamo —que en el siglo XX dieron al país mucha riqueza petrolera— quedaron devastadas; municipios de la Sierra Madre Oriental correspondientes al estado de Hidalgo, como Huehuetla y Huautla, con cientos de toneladas de lodo en las calles y casas, y un sinfín de derrumbes que acentuaron su aislamiento.
Muchos de los daños materiales y humanos se pudieron evitar con un oportuno y mejor manejo de la información para la población sobre la magnitud del fenómeno.
El desbordamiento de ríos como el Cazones, el Pantepec, el Moctezuma, el río Calabozo y Hules —que bajan desde Hidalgo, todos a la vertiente del Golfo de México— causó severos daños en la infraestructura carretera, afectando puentes como el José López Portillo en Álamo; causó, además, daños cuantiosos a viviendas y cultivos, y, sobre todo, pérdidas de muchas vidas.
Hasta el momento de escribir este artículo, van 76 muertos, pero, por testimonios de los afectados, pueden sumar cientos, dado que los miles de toneladas de lodo todavía no se terminan de retirar, pues —afirman— fueron sepultados por toneladas de lodo que aún no se quitan. Largas noches sin agua, sin alimentos, sin luz, vivieron y aún viven miles de mexicanos; niños y ancianos, los más afectados.
Lo que destaca como común denominador en esta tragedia —que ha conmovido más al pueblo de México que a las autoridades— es precisamente la inacción de estas últimas, quienes minimizaron los efectos de esta tormenta y no tomaron a tiempo las medidas preventivas de alerta a la población ni su evacuación.
De esta falta de conocimiento de la realidad que provocó la tormenta da cuenta la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, quien declaró que el río Cazones se desbordó “ligeramente”, cuando el desbordamiento fue terrible, tanto que más de media ciudad de Poza Rica fue inundada. Otro tanto pasó en la ciudad de Álamo, con el río Pantepec.

Por su parte, el gobierno de la república tampoco actuó con prontitud. La presidenta Claudia Sheinbaum hizo acto de presencia tres días después de la tragedia; los reclamos, por supuesto, no se hicieron esperar por parte de una población abandonada en los momentos críticos, donde sólo la acción de habitantes de poblaciones vecinas de los afectados salvó muchas vidas.
Muchos de los daños materiales y humanos se pudieron evitar con un oportuno y mejor manejo de la información a la población sobre la magnitud del fenómeno. La ciencia meteorológica está ya muy avanzada, pero nuestros gobernantes, a pesar de que se dicen “científicas”, simplemente actúan como cualquier ignorante.
En México hace falta mucha cultura de prevención de autoridades y ciudadanos, pero más de las primeras, puesto que tienen obligaciones que no cumplen o desdeñan; y las instancias de representación popular, como la Cámara de Diputados y de Senadores, se la pasan más en circos mediáticos que en legislar y destinar recursos a aspectos tan importantes como los desastres naturales.
Desapareció el Fonden en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador: por opacidad y corrupción en el manejo de ese fondo, se argumentó; pero tampoco se creó una alternativa.

Se dice, por la actual presidenta, que no es necesario, que se tienen recursos suficientes para enfrentar cualquier eventualidad en este sentido, pero la realidad la contradice y, para no ir muy lejos, ahí está la población de Acapulco, que vivió dos eventos continuos y no ha visto normalizar su vida, porque los daños persisten en zonas afectadas que no se reducen a las de gran turismo, sino en colonias populares y poblaciones rurales, donde habitan mexicanos de menos recursos.
Los mexicanos bien haríamos en exigir la creación de un nuevo fondo nacional para no sólo reparar daños, sino, sobre todo, prevenir lo previsible, como lo puede ser el dragado de ríos como los arriba citados u otras obras hidráulicas que protejan a las poblaciones de inundaciones; el mantenimiento constante de puentes, pues se sabe que esto no se hace hasta que suceden las desgracias.
Pongo como ejemplo, precisamente, el puente José López Portillo, que comunica a dos partes de la ciudad de Álamo, Veracruz, que ha resistido muchos huracanes y que hoy está seriamente dañado y pone en peligro la vida de los que por ahí transitan. Pero no es el único: son muchos los puentes dañados en la Sierra Norte de Puebla y en las huastecas veracruzana, hidalguense y potosina.

Veremos, en las semanas y meses que siguen, la atención que los gobiernos estatales y el federal brinden a los afectados, porque hasta hoy lo que sobresale, como siempre, es la solidaridad del pueblo de México, quien está llevando comida, ropa y productos de limpieza, y que enfrenta obstáculos de las mismas autoridades para llevar a cabo su labor solidaria.
Tal es el caso de las autoridades municipales de Poza Rica —morenistas, por cierto—, que son denunciadas por esta actitud a todas luces incorrecta e inhumana.
Felicito a mis compañeros antorchistas del sur de México que están en campaña activa con centros de acopio y que ya están llevando esos apoyos donados por la población a los afectados, e igualmente a todos los mexicanos de noble corazón que voluntariamente han y están ayudando.
Y, para finalizar, llamo a los mexicanos a no dejarse engañar por los datos y propaganda del gobierno que minimiza los daños de la tragedia para ocultar su irresponsabilidad. Debemos estar atentos a que realmente se destinen recursos suficientes para normalizar la vida en esta amplia región de nuestro querido México.
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