En el escenario geopolítico actual, el imperialismo norteamericano continúa desplegando su estrategia de dominio mundial. Lejos de los discursos democráticos que presume ante el mundo, la política exterior de Estados Unidos, particularmente bajo la égida belicista de Donald Trump, aunque no exclusivamente, se caracteriza por la guerra, la amenaza, la injerencia directa y la apropiación de recursos naturales en regiones clave del planeta. La historia reciente da fé de ello, acciones tales como invasiones en Medio Oriente, golpes blandos en América Latina, intervenciones económicas y ahora, también, movimientos militares que apuntan directamente hacia nuestro país.
Sí, México. Hemos sido señalados por el propio Trump como “adversarios” y “amenazas”, y no han faltado los gestos concretos que confirmen la orientación agresiva del imperialismo estadounidense hacia nuestra nación. La presencia de buques de guerra, los llamados “destructores” en aguas del territorio nacional, el discurso reiterado sobre la necesidad de “combatir el narcotráfico” mediante operaciones militares extranjeras, y la amenaza constante de aranceles, no son hechos aislados. Son parte de una política sistemática de presión y desestabilización.
No se trata aquí de exageraciones ni de teorías conspirativas. La historia ha enseñado, con sangre y fuego, que donde Estados Unidos pone el ojo, pone la bota: Vietnam, Irak, Afganistán, Libia y Siria son testimonios trágicos de lo que ocurre cuando un país es colocado en la mira del Pentágono. Hoy México está en riesgo de pasar de la subordinación económica y política a una etapa más cruda: la subordinación por la vía militar.
El imperialismo actúa así cuando siente que pierde control. Y en efecto, la hegemonía global de EE. UU. se debilita ante el avance de potencias emergentes como China y Rusia, ante el despertar de los pueblos latinoamericanos, y ante sus propias crisis internas. Por ello, necesita reafirmar su dominio sobre lo que considera su “patio trasero”. Y México, por su cercanía geográfica, su riqueza natural y su posición estratégica, es blanco prioritario.
Lo más preocupante no es solo la amenaza externa, sino la respuesta interna. El actual gobierno de Claudia Sheinbaum, continuador de la administración de López Obrador, parece más interesado en mantener pasiva a la población mediante dádivas que en elevar su conciencia política. En lugar de formar ciudadanos informados y críticos, se reparte dinero con la esperanza de comprar la paz social. Es una estrategia de contención, no de preparación ni defensa.
Así, mientras Washington despliega su músculo militar y endurece su discurso, el pueblo mexicano permanece en gran parte desmovilizado, desinformado, y lo que es peor: desorganizado. En este contexto, urge revertir esta situación. No podemos subestimar la amenaza que representa el imperialismo estadounidense. La defensa de nuestra soberanía no puede ser delegada al Estado ni reducida a discursos diplomáticos. Requiere una ciudadanía alerta, politizada y organizada.
Levantar la voz, denunciar la injerencia, educar al pueblo sobre el peligro real que se cierne sobre México, es una tarea urgente. Si no se actúa con decisión, podríamos lamentar muy pronto el paso de las amenazas a los hechos. La historia no perdona a los pueblos que se duermen mientras los cañones apuntan hacia sus fronteras.
Hoy más que nunca, debemos recordar que la patria no se defiende con discursos huecos ni con tarjetas bancarias, sino con organización, conciencia y lucha.
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