MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

ENTREVISTA | Música popular mexicana, una conexión con nuestros orígenes

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* Rocío Avelino Huerta, docente y soprano de la BUAP, relata cómo su preparación de un coro de 120 niños transformó a la comunidad escolar y reafirma el valor del arte en la educación pública

Rocío Avelino Huerta, docente en música con diecinueve años de experiencia, estuvo a cargo de la preparación del coro monumental que se presentó en la ceremonia de clausura 2025, bajo el lema “Divulgar la cultura es defender la patria”, de la Primaria Juan Manuel Celis Ponce, ubicada en la colonia Tlacaélel del municipio de Ocoyucan, institución donde labora desde 2022. Bajo su dirección, 120 niños interpretaron la canción “La Bamba”, un son jarocho tradicional originario de Veracruz, México, que deleitó a los asistentes por su belleza.

“La música popular mexicana es un tesoro cultural que nos conecta con nuestros orígenes, refuerza nuestra identidad y enriquece el alma de los niños”.

¿Cómo lograron que 120 niños cantaran en esta presentación? ¿Cuáles fueron los desafíos?

Todo comenzó con la visión de nuestro director, quien imaginó un espectáculo musical que uniera a toda la primaria en un coro monumental. Reconocimos desde el inicio el enorme reto: coordinar a 120 niños de cuatro grupos distintos, sin formación musical previa. Este sueño empezó a tomar forma en febrero, cuando iniciamos la planeación meticulosa.

El proceso de selección musical fue clave. Analizamos múltiples versiones de “La Bamba”, ese son jarocho con infinitas interpretaciones, hasta crear una adaptación a nuestra medida. Contratamos a un ingeniero de audio para desarrollar cuatro pistas vocales diferenciadas: voz media, voz alta y dos contracoros. Paralelamente, realizamos audiciones en cada salón para clasificar las tesituras naturales de los niños, aunque fueran voces blancas.

El corazón de este proyecto late en nuestra comunidad escolar. Los maestros se sumaron con un “estamos contigo” que fue determinante. Organizamos ensayos por voces, mezclando grados escolares, de primero a cuarto, en salones especializados. Fue conmovedor ver cómo los niños crearon lazos entre ellos, aprendiendo no solo música, sino colaboración.

Mi rol fue guiarlos más allá de las notas: les enseñé qué significa ser artista coral. Explicamos la esencia del son jarocho, trabajamos la expresión corporal y la conciencia escénica. Usamos dinámicas creativas para que internalizaran el ritmo y la alegría característicos de esta pieza veracruzana.

El mayor obstáculo llegó al unir las voces: los niños se confundían al escuchar otras melodías. Implementamos una estrategia progresiva: primero ensayamos por pares de voces (contracoros juntos, voces principales juntas) y solo luego integramos las cuatro partes. Este proceso nos tomó semanas de ajustes diarios, pero cuando finalmente lograron mantener su línea vocal entre la polifonía… fue mágico.

Verlos subir al escenario con esa seguridad, sonriendo orgullosos mientras ejecutaban movimientos coreográficos precisos, valió meses de trabajo. Su interpretación transmitió no solo perfección técnica, sino el alma de nuestra comunidad escolar. Como educadora, este proyecto reafirmó que cuando un equipo cree en una meta compartida, los límites desaparecen.

En un mundo dominado por tendencias de moda, su proyecto se convierte en un acto revolucionario. ¿Es una obligación el acercar a las nuevas generaciones a nuestro repertorio tradicional? ¿O deberíamos dejar que consuman lo que el mercado les impone?

Sí, definitivamente. La música popular mexicana es un tesoro cultural que nos conecta con nuestros orígenes, refuerza nuestra identidad y enriquece el alma de los niños. No se trata de imponer un género sobre otro, sino de ampliar su horizonte musical. Lamentablemente, en esta comunidad, muchos niños están expuestos principalmente a corridos tumbados y reguetón, que, si bien tienen su lugar en la cultura popular, no deben ser su única opción.

Mi labor como educadora ha sido mostrarles que existen otros mundos sonoros: desde el folclor mexicano hasta la música clásica, pasando por las canciones de Cri-Cri, uno de los compositores más grandes de nuestra historia. Si solo les damos un tipo de música, su paladar musical será limitado; pero si les abrimos las puertas a la diversidad, les permitimos descubrir qué resuena con ellos.

Y esto va más allá del gusto personal: la música cultiva habilidades cognitivas, emocionales y hasta sociales. Algunos niños, al explorar estos géneros, descubren un talento que no sabían que tenían. Quizá alguno de ellos, gracias a esta exposición, decida estudiar música formalmente en el futuro.

Yo, de pequeña, habría agradecido tener esta oportunidad. Tal vez habría seguido el camino musical mucho antes. Por eso me emociona darles a mis alumnos lo que a mí me faltó: la posibilidad de conocer, disfrutar y, quién sabe, quizá dedicarse a la música. Porque mientras más opciones tengan, mejores decisiones podrán tomar… y quién dice que alguno de ellos no termine siendo el próximo gran compositor de México.

¿Cuál es la transformación más significativa que ha constatado en estos pequeños al involucrarse en la práctica musical?

Observo muchos pequeños avances en el aula. Los niños desarrollan sentido rítmico, aprenden a controlar su cuerpo para mantener el compás, descubren nuevas letras y melodías. Cuando escuchan las canciones que trabajamos, como las de Cri-Cri durante el primer semestre, espontáneamente las cantan. Esto demuestra cómo han ampliado su capacidad de aprendizaje musical.

Sin embargo, considero que lo más valioso es la satisfacción de alcanzar una meta. Presentarse en el escenario fue el resultado de meses de trabajo disciplinado. Siempre les recalco la importancia de tomar en serio estos compromisos: esto es importante y debe quedar bien, no podemos presentar algo a medias. El desafío para ellos, desde tan pequeños, de mantener la postura, concentrarse y ejecutar bien su parte fue significativo, pero lo lograron. Esto es lo que más celebro de ellos: su compromiso con el objetivo.

Cuando subieron al escenario y lo hicieron excelente, experimentaron una profunda satisfacción. Ese logro, esa estrella que obtuvieron el día de la presentación, al cantar bien, al recibir aplausos, al cumplir con lo esperado, deja una huella imborrable en su autoestima, seguridad y carácter. Ahora pueden decir con orgullo: Yo estuve en un escenario, yo canté y lo hice bien.

El cumplimiento de esta meta fortalece su carácter y llena su corazón. Se convierte en un logro significativo que, más allá de todos los beneficios musicales, es el impacto más importante. ¿Cuántos adultos necesitamos este tipo de logros en nuestra vida? Ellos, desde pequeños, ya han experimentado este triunfo en cada presentación.

Esto les hace sentirse valiosos, capaces, y les enseña que el esfuerzo vale la pena: mantenerse en posición aunque cansa, repetir la canción aunque resulte tedioso. Todo el trabajo encuentra su recompensa al alcanzar una meta importante.

Nos interesa conocer su opinión sobre el impulso que dan las instituciones educativas vinculadas al Movimiento Antorchista a los clubes culturales y actividades artísticas.

Yo creo que la educación artística y cultural complementa al ser humano. No podemos desarrollar solo la parte lógica o abstracta, sino también la parte humana. Las artes nos brindan precisamente ese desarrollo humano, estético y emocional; conectan a la persona con su lado más sensible.

Entonces, es importante la formación artística, independientemente de que los niños, cuando sean adultos, decidan dedicarse o no al arte que se está impulsando. Ya les ayudó, ya logró vincular la parte humana, sensibilizarlos para formar mejores seres humanos en la sociedad.

Existe una frase, no recuerdo quién la dijo, pero la he visto en redes, que decía: Si cambiamos las armas por instrumentos musicales o por herramientas de arte, el mundo sería diferente. Y es cierto, porque el arte permite a las personas conectar con sus emociones, especialmente en este mundo que avanza tan rápido y en una sociedad que, a veces, deshumaniza y valora a las personas por lo que tienen o por lo que pueden comprar.

Las artes nos regresan a lo esencial. Cualquiera puede practicar un arte, incluso desde lo más básico: sin materiales costosos, solo con la voz, un papel y colores, o un pedazo de barro para moldear. Esa conexión artística contrasta con todo lo que el mundo ya nos bombardea diariamente. Por eso, creo que es fundamental y que, definitivamente, las artes deberían estar presentes en todas las escuelas.

Sí hay profesores y personal capacitado, pero considero que las políticas escolares tendrían que modificarse para garantizar que existan profesionales competentes que puedan fomentar esa conexión genuina. Porque el arte no se trata sólo de cantar por cantar, sino de conectar, sentir y expresar emociones a través del canto, la pintura, la danza o cualquier otra disciplina.

Por todo esto, me parece un trabajo invaluable y estoy convencida de que debería replicarse en todas las escuelas.

¿Quién es Rocío Avelino?

Desde pequeña, siempre he sentido una gran pasión por la música. Aunque desafortunadamente no tuve un acercamiento formal con ella en mi infancia, esta circunstancia, que ahora veo tanto como una limitante como una oportunidad, me llevó por los caminos profesionales en los que me he desarrollado.

Estudié la Licenciatura en Educación porque, además de la música, otra de mis pasiones es facilitar el aprendizaje. Durante más de veinte años me he dedicado a esta labor, entendiendo que mi rol no es simplemente enseñar, sino ayudar a otros a descubrir cómo aprender. Sin embargo, nunca abandoné mi amor por la música: siempre seguí cantando, tocando la guitarra e incorporando canciones en mis clases con los niños.

La pandemia, paradójicamente, me brindó la oportunidad que tanto esperaba: ingresar al programa de Técnico Musical en la BUAP para formalizar mis estudios de canto profesional. Descubrí que el entrenamiento musical, lejos de ser sencillo, requiere de mucha disciplina y pensamiento lógico. Fue allí donde comencé a desarrollar una técnica que no había explorado antes: el bel canto.

Este proceso formativo me abrió las puertas de la Compañía de Ópera de la BUAP, donde, tras una audición, fui aceptada. Fue entonces cuando realmente me enamoré de este género musical. La ópera me permitió participar en concursos y, gracias al apoyo constante de mis maestros, quienes siempre nos orientan, revisan y corrigen nuestro trabajo, pude no solo mejorar mi técnica vocal, sino también aprender valiosas herramientas para dirigir a los niños en sus propios procesos musicales.

Enseñar a leer y escribir es muy diferente a enseñar a cantar. Aprendí de mis maestros: su forma de explicarme, corregirme y guiarme es lo que me dio la confianza para formar un coro. Aunque años atrás había dirigido un coro infantil en una iglesia, nunca lo había hecho en una escuela. Esta experiencia previa, sumada a los conocimientos adquiridos con mis profesores, me brindó las herramientas necesarias para emprender este proyecto con los niños.

Actualmente, estoy gestionando con el director la posibilidad de contar con un maestro de canto especializado. Si bien mi función principal es como maestra de grupo, y no puedo descuidar las responsabilidades que esto implica, sería ideal poder ofrecer a los alumnos una formación musical más completa con un profesional en el área. Sería maravilloso que tuvieran acceso a esas bases técnicas que tanto enriquecen su desarrollo.

Esta experiencia ha resultado sumamente satisfactoria y enriquecedora, no sólo para mí, sino también para los niños y mis compañeros de trabajo. Sin duda, ha sido una manera extraordinaria de cerrar este ciclo escolar, dejando en todos nosotros una huella imborrable.

 

 

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