MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

ENTREVISTA | De “chiclerita” a pilar de siete familias

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  • Una comerciante narra su historia y exige un alto a la violencia de la 28 de Octubre
     


“¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Acaso arrastraron los reyes los bloques de piedra?”
Bertolt Brecht en Preguntas de un obrero que lee
 

Por más de tres décadas, doña Alejandra ha vivido del comercio ambulante en las calles de Puebla. Hoy, como muchos comerciantes informales, levanta la voz en defensa del trabajo en paz en el corazón de la ciudad.

María Alejandra Leyva recuerda con claridad y alegre nostalgia sus primeros pasos en el comercio: “Yo creo que tendría unos diez o doce años cuando empecé a vender chicles en las calles. En la familia todos hemos sido comerciantes. Comencé como ‘chiclerita’, como muchas de las que ven aquí en las calles”, nos cuenta en una entrevista callejera en la 10 Poniente esquina con 5 de Mayo. 

Desde niña, su vida estuvo marcada por el ir y venir de los clientes, por el olor que desprendían las taquerías, los tamaleros y demás puestos ubicados en las barrocas calles del centro poblano, así como por la certeza de que en el trabajo honrado era la única salida a las necesidades familiares.

Con el paso del tiempo, su pequeño puesto se transformó en uno que sostiene a muchas familias. Hoy, en las laterales de la 8 Oriente —entre la 5 de Mayo y la 2 Norte— y también en la 12 Poniente, entre la 5 de Mayo y la 3 Norte, ofrece aguas frescas, chalupas y a veces, tortitas de nata. Son antojitos populares que acompañan a los transeúntes del Centro Histórico, turistas y poblanos trabajadores de a pie, que salen todos los días a ganarse el pan para la mesa de la casa.

Detrás de esas ventas, sin embargo, hay mucho más que un negocio: siete familias dependen directamente de su esfuerzo, incluidas cuatro de sus hijas, dos de sus nietos y ella misma. “Este trabajo es nuestro motor”, explica. “De aquí salen todos los gastos: la comida, la renta, los útiles escolares. Apenas pasamos el gasto enorme del regreso a clases, que como abuela me sorprendió, porque los precios ya no tienen comparación con lo que pagué cuando mis hijas estudiaban”.

Tres décadas en el corazón de Puebla

Doña Alejandra lleva más de 30 años trabajando en el Centro Histórico y es testigo de cómo el comercio ambulante ha crecido en paralelo a la falta de empleos bien pagados: “El comercio realmente ha cambiado, ha crecido mucho. Se nota demasiado la necesidad de la gente y la carestía de trabajo bien pagado, porque sí hay empleos, pero muy mal pagados, con sueldos que no alcanzan para mantener a una familia”, relata.

La realidad de las familias mexicanas cada día es más cruda, los precios crecen y las ganancias bajan; un trabajo deja de ser suficiente para proveer a un hogar de lo necesario y los lujos se convierten en un sueño que pueden disfrutar a través de las novelas y nada más.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), Puebla es uno de los estados con mayor informalidad laboral en el país: más del 71 % de su población ocupada trabaja en condiciones informales, sin acceso a seguridad social ni prestaciones (Inegi, ENOE, 2024).

Además, la Medición de la Economía Informal (MEI) señala que en 2024 la economía informal del estado generó un valor de 276 mil 906 millones de pesos, de los cuales más de 102 mil millones provinieron directamente del comercio informal (Milenio, 2024).

Tan sólo en el primer trimestre de 2025, el valor agregado bruto de esta economía ascendió a 264 mil 37 millones de pesos, con un crecimiento de 0.6 % respecto al año anterior (La Jornada de Oriente, 2025).

Estas cifras dimensionan que lo que para doña Alejandra significa su chalupa o su jarra de agua fresca, para la economía estatal se traduce en miles de millones de pesos en movimiento.

En este tiempo ha vivido de todo: persecuciones desde el gobierno (no importa de qué partido se trate: PRI, PAN, Morena), hostigamientos por parte de organizaciones como la 28 de Octubre (que cobra derecho de piso, agrede, golpea o cosas peores) y también la solidaridad característica de los comerciantes ambulantes unidos.

Por esa razón, hoy se unió —junto con sus compañeros— al frente amplio de organizaciones que defienden sus espacios en el Centro Histórico y que piden que el gobierno municipal y estatal garanticen seguridad y paz en el trabajo, razón por la cual exigen que se impida la entrada de la Unión Popular de Vendedores Ambulantes (UPVA) 28 de Octubre al comercio del Centro Histórico, porque es una organización conocida a lo largo y ancho del estado por sus métodos violentos de coerción: “Nosotros pedimos respeto a los espacios donde ya trabajamos, pero también pedimos paz y tranquilidad al gobierno”, insiste.

“No sólo para los comerciantes informales, sino para toda la ciudadanía. Al centro baja mucha gente, vienen familias, niños, adultos mayores… cuando hay violencia, todos resultamos afectados”.

“Antes eran desgreñadas; ahora hay armas”

La comerciante recuerda que en el pasado los enfrentamientos entre organizaciones podían resolverse con empujones o golpes, pero que ahora la situación es mucho más grave: “Antes una como mujer salía con una desgreñada y no pasaba de ahí. Ahora ya hay armas de fuego, machetes, navajas y enfrentamientos en donde hasta muertos ha habido. Eso no se puede permitir”.

Para ella, el llamado al Ayuntamiento de la capital, que dirige el morenista José Chedraui Budib, es claro: evitar que se detone un conflicto mayor en el corazón de la ciudad: “Queremos trabajar en paz. Como dice el gobierno, hay que cuidar a Puebla, pero no solo para unos cuantos, sino para todos”.

Tras sus más de tres décadas de oficio, doña María Alejandra Leyva se define como una mujer que nunca dejó de luchar: “Desde niña he sido comerciante y aquí sigo. Es lo que nos ha dado de comer, lo que ha sacado adelante a mi familia”.

Su historia es también la de cientos de hombres y mujeres que sostienen la vida cotidiana de Puebla desde sus puestos ambulantes: quienes, con una chalupa, una tortita de nata o una jarra de agua fresca, enfrentan la precariedad y defienden, día a día, su derecho a trabajar en paz.

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