A lo largo de su historia, el municipio de Tula de Allende ha enfrentado diversas epidemias. Hoy, en la ciudad considerada por la ONU como “la más contaminada del mundo” (2006), el ambiente insalubre y el agua, aire y suelo contaminados acondicionan la región como propicia para enfermedades que asolan a las familias que la habitan.
Las condiciones insalubres han empeorado en detrimento de la salud de quienes habitan la región, y lo que antes se atribuía a epidemias naturales hoy responde a un modelo económico mortífero.
El Valle del Mezquital y Tula soportan una carga desproporcionada de enfermedad y muerte, directamente vinculada a décadas de contaminación industrial y negligencia institucional: cánceres vinculados a metales pesados, enfermedades respiratorias crónicas y daños neurológicos son consecuencia inevitable de un capitalismo voraz que externaliza sus costos tóxicos sobre los más vulnerables.
En 1833, el cólera morbo dejó cincuenta y siete muertos en sus diferentes comunidades y, a finales del siglo XIX, en 1870, ocurrió algo parecido nuevamente: “vecinos de Tula, atacados por la enfermedad con el nombre de Matlazahuatl”.
Martha Fernández, en La epidemia del matlazahuatl en la Ciudad de México (1736-1739), citando a Cayetano de Cabrera y Quintero, menciona dos principales causas: el aire y el agua. “(…) los habitantes de la Ciudad de México respiraban un aire contaminado, por lo menos, en el siglo XVIII. Respecto al agua, las consideraciones se pueden dividir en dos: la de las lagunas y los canales y acequias que cruzaban la ciudad, así como la que se consumía de manera doméstica, aunque ambas estaban unidas”.
Así, en Tula, aunque la época de las graves epidemias había terminado un siglo antes, de vez en vez aparecían, pues prevalecía la falta de medidas sanitarias.
Estas epidemias son sólo un eco histórico de una tragedia que hoy alcanza dimensiones catastróficas. Ahora, en el siglo XXI que prometía progreso para todos gracias al desarrollo científico, la situación no ha mejorado: las condiciones insalubres han empeorado en detrimento de la salud de quienes habitan la región.
Lo que en 1870 podía atribuirse a brotes epidémicos “naturales” o a condiciones sanitarias precarias, hoy, siglo y medio después, tiene un origen mucho más siniestro y evitable: el deterioro ambiental brutal y la contaminación industrial masiva, hijos directos de un capitalismo voraz que antepone la ganancia a la vida.
La contaminación industrial y urbana generada por un modelo económico extractivista ha convertido a Tula en una “zona de sacrificio”, con impactos sanitarios documentados por cifras alarmantes.
La llegada masiva de aguas residuales de la Ciudad de México, iniciada décadas atrás e intensificada sin control, transformó la agricultura del Valle del Mezquital. Si bien inicialmente trajo riego, trajo consigo un cóctel letal de metales pesados (plomo, mercurio, cadmio), compuestos orgánicos persistentes y patógenos.
A esto se suma la contaminación de décadas de la refinería “Miguel Hidalgo” en Tula, la industria cementera y otras actividades extractivas que han saturado el aire, el agua y la tierra con contaminantes carcinógenos y disruptores endocrinos.
Estudios del Instituto de Geografía de la UNAM y del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) han documentado repetidamente la presencia alarmante de metales pesados en suelos, cultivos (como el maíz forrajero y la alfalfa) e incluso en la leche de vaca, cadena arriba en la alimentación humana.
Las consecuencias para la salud son catastróficas y reflejan fielmente el deterioro ambiental. Hidalgo tiene una de las tasas de mortalidad por insuficiencia renal crónica (IRC) más altas de México: en 2021, fue de 34.6 defunciones por cada 100 mil habitantes (Secretaría de Salud), ocupando el tercer lugar nacional.
La situación es exponencialmente peor en la región analizada: estudios focalizados muestran que municipios como Chilcuautla, Mixquiahuala, Tepatepec, Tlahuelilpan y el propio Tula presentan tasas de mortalidad por IRC que superan entre cinco y ocho veces el promedio nacional.
Esto se vincula directamente a la contaminación del agua (arsénico, fluoruros) y a la deshidratación por trabajo agrícola bajo sol intenso, en campos regados con aguas tóxicas. Esto concuerda con lo reportado por el informe Prevalencia de enfermedad renal crónica en poblaciones agrícolas expuestas a aguas residuales en el Valle del Mezquital, Hidalgo (Instituto Nacional de Salud Pública INSP & UNAM, 2020), que señala que hasta el 40 % de los adultos evaluados, en su mayoría agricultores, presentaron marcadores de daño renal temprano (como albuminuria o reducción de la tasa de filtración glomerular), indicando una población en alto riesgo de desarrollar IRC terminal.
Otra enfermedad problemática es el cáncer. Se registra un aumento significativo de diversos tipos de cáncer (gástrico, pulmonar, de piel), asociados a la exposición crónica a metales pesados, hidrocarburos y partículas suspendidas del aire contaminado.
También destaca la presencia de enfermedades respiratorias, con una alta prevalencia de asma, EPOC y alergias, agravadas por la polución industrial constante. Además, la exposición prenatal e infantil a neurotóxicos como el plomo y el mercurio, presentes en el suelo y aguas negras de la región, tiene impactos potenciales irreversibles, como problemas neurológicos y del desarrollo.
La industrialización en Tula la llevó a convertirse en el basurero líquido y aéreo de las empresas de esta ciudad y otras de la Ciudad de México, que descargan sus desechos en las aguas negras que desembocan en Tula. Así, buscando reducir costos e incrementar sus ganancias, el capitalismo convirtió a las familias de Tula en sus víctimas, gracias a la desregulación, normas ambientales laxas, permisos otorgados sin rigor, vigilancia ambiental insuficiente y una alarmante colusión entre intereses económicos y autoridades.
La ganancia privada se impuso sobre el bien común y la salud pública. En síntesis, el Valle del Mezquital y Tula no son víctimas de enfermedades naturales y típicas de la zona, sino ejemplos paradigmáticos del sacrificio ambiental y humano en el altar del “desarrollo” capitalista.
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