En cada rincón de Yucatán, del campo a la ciudad, los hogares se llenaron de aromas, colores y recuerdos. El humo del copal, el sabor del mucbipollo (tamal grande horneado bajo tierra) y las flores de xpujuc (flor de muerto) anunciaron la llegada del Hanal Pixán (comida de las ánimas), una de las tradiciones más profundas del pueblo maya que hoy sigue viva en el corazón de miles de familias yucatecas.
La riqueza cultural del pueblo maya, que debería ser motivo de orgullo nacional, muchas veces queda reducida a espectáculo turístico, sobre todo en la capital, mientras los verdaderos portadores de la tradición viven en condiciones de marginación.
El Hanal Pixán no es sólo una celebración del Día de Muertos, es la reafirmación de una identidad colectiva, una forma de recordar que los vivos y los muertos forman parte del mismo pueblo, del mismo camino.
Desde el 31 de octubre hasta el 2 de noviembre, las familias preparan altares adornados con fotografías, velas, comida tradicional, frutas, dulces y, sobre todo, el pib, un tamal grande cocido bajo tierra, símbolo de unidad y ofrenda de amor hacia quienes ya partieron. Esta celebración continúa hasta finales del mes de noviembre, cuando se despide a las ánimas.

En las comunidades rurales, el ritual conserva su sentido más puro: los niños aprenden de sus abuelos cómo montar la mesa, rezar y ofrecer los alimentos; los jóvenes participan en la elaboración del pib; y los adultos recuerdan con respeto a quienes contribuyeron a levantar sus pueblos. Así, el Hanal Pixán se convierte en una escuela viva de cultura y memoria popular.
Sin embargo, mientras el pueblo se esfuerza por mantener vivas sus raíces, el abandono del campo, la pobreza y la desigualdad ponen en riesgo la continuidad de estas costumbres. Cada año son menos los jóvenes que se quedan en sus comunidades a celebrar, porque la falta de oportunidades los obliga a migrar o, en su caso, los insumos para hacer el pib se encarecen.

La riqueza cultural del pueblo maya, que debería ser motivo de orgullo nacional, muchas veces queda reducida a espectáculo turístico, sobre todo en la capital, mientras los verdaderos portadores de la tradición viven en condiciones de marginación, sin agua, sin vivienda digna, buena educación, salud, trabajo, por mencionar algunos de los males sociales.
Por eso, rescatar y defender el Hanal Pixán no sólo es celebrar una tradición: es también luchar por la dignidad del pueblo que la creó. Es reconocer que sin justicia social no hay cultura viva, porque las tradiciones florecen donde hay vida digna, educación y se garantiza trabajo para los más humildes.
Hoy, más que nunca, el pueblo yucateco demuestra que, pese a las adversidades, sus costumbres siguen vivas a pesar del intento de avasallarla e imponer la cultura extranjera. Es tiempo de que el pueblo se una y se organice para abatir esto y no sólo que se pierdan las tradiciones, sino que vivamos en un país que no sea desigual y donde todos tengan una vida digna.
En cada altar, en cada pib cocido bajo tierra, late la historia de un pueblo que se niega a olvidar quién es, pero, sobre todo, hacer frente a culturas extranjeras.
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