Con humor e ironía, el autor denuncia el fanatismo, la brutalidad y el sinsentido de las deportaciones en Estados Unidos
El Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) se encontró con un dilema que lo dejó confundido y preocupado; tuvo dudas en relación con dónde deportar a un personaje que, por sus mismas declaraciones, no era de Estados Unidos. ¿A México, a El Salvador, al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot)? ¿Confinarlo en Aligátor Alcatraz o a algún otro país?
Al momento de su detención, primero dijo llamarse Clark Kent. En verdad era un tipo de lo más corriente, de estatura mediana, pelo negro; vestía un traje anticuado y anteojos del mismo tipo (que, por cierto, se le cayeron cuando el ICE le pegó su corretiza); ya con esas características era más que suficiente para ser un sospechoso, por lo que dicho organismo de deportación no dudó en actuar contra él para detenerlo y deportarlo.
Al verlo en la calle y parecerles sospechoso, le marcaron el alto, pero, quién sabe por qué razones, el tipo corrió, por lo que tuvieron que alcanzarlo y, cuando lo hicieron, lo lanzaron al piso. Ya ahí, quizá como forma de defensa o intentando que lo soltaran, les dijo que él era reportero. “¿De cuál periódico?”, le preguntaron. “Del The Daily Star”. “¿Eso qué es?” “Un periódico”, les dijo. “Ese periódico no existe”. “Bueno, entonces del Daily Planet”. “¿Por fin, en cuál trabajas y en dónde vives?” “En Metrópolis”. “¿Y eso dónde es?” “¿A poco no saben?” “No, no sabemos y, por lo que dices, en realidad te estás burlando de nosotros”. “Si pudiera lo haría, pero así como estoy no puedo, ustedes tienen la sartén por el mango”.
Los del ICE, a los que tampoco les importaba mucho el diálogo anterior y ante respuestas tan fuera de lógica, decidieron comprobar los datos con sus servicios de inteligencia, y la respuesta fue que todo lo que el detenido mencionaba no existía en Estados Unidos, por lo que el tipo era un mentiroso redomado o un loco delirante.
Ya en el vehículo de la migra, le dijeron: “Todo lo que nos dijiste es falso, nada de eso existe; te lo inventaste o quién sabe de cuál fumaste”. Ante esas afirmaciones, el tal Clark Kent, en lugar de dar una versión más creíble, respondió: “¿Saben qué? La verdad es que yo no soy Clark Kent, sino Superman, y tampoco nací aquí, sino que soy de Kriptón; llegué acá en una nave espacial”.
Ante las declaraciones anteriores, los del ICE —que ya de por sí sospechaban de las locuras del detenido— con eso terminaron de confirmarlo, pues solo un loco o drogadicto podía afirmar tales cosas. ¿Dónde diablos quedaba o qué era eso de “Kriptón”? Solamente una mente desquiciada podía andar sosteniendo tamañas zarandajas, por lo que concluyeron que, si estaba loco, su lugar adecuado sería un manicomio y, si era un drogadicto, tampoco era un tipo sano y había que deshacerse de él.
De cualquier forma, los del ICE, que son peor que Gabino Barreda, que no entendía razones o que, aunque las entiendan, tienen que cumplir órdenes, basándose en las declaraciones del detenido, que confesaba claramente que no era ciudadano estadounidense, tenían todas las justificaciones para ejecutar las órdenes de Donald Trump: expulsar al máximo número de migrantes. Había que aplicar esa ley y el caso era uno más para hacerlo.
El inmigrante detenido también había dicho que él se dedicaba a combatir el mal, pero ¿cuál mal? El mal lo causaban las empresas armamentistas como Lockheed Martin, RTX Corporation, Northrop Grumman, Boeing, General Dynamics y muchas otras cuyo negocio es vender armas para matar. Esa era razón más que suficiente para deshacerse de él, pues eso implicaba que era enemigo del sistema.
Esas empresas y los banqueros multimillonarios habían planeado y ordenado a Trump que, dado que el capitalismo estadounidense había entrado en un periodo de crisis, sobraba mano de obra que no necesitaban, por lo que era necesario repatriar a todos los trabajadores que se pudiera y que se fueran a morir de hambre a otro lado.
Luego entonces, ese tal Clark Kent, Superman o lo que fuera, era un tonto que no sabía lo que decía o era un enemigo del sistema capitalista. Independientemente de todo, Clark Kent había confesado no haber nacido en Estados Unidos, y esa era razón más que suficiente para mandarlo fuera de este país de locos.
Y así fue como el pobre, ingenuo y superficial Superman fue sólo un número más de los 145 mil deportados de Estados Unidos, sin que hasta la fecha se sepa dónde está recluido. De cualquier forma, donde esté, no la ha de estar pasando muy bien.
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