MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Chapala: Un lago y su gente sacrificados por el capital

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La devastación ambiental es una manifestación del modo de producción capitalista, que ocurre y se agravará en la medida en que se desarrolla. Marx planteó la idea en estos términos: “El capitalismo tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y los seres humanos”. Y es que el capital tiene su lógica que se impone a través de la ley de la competencia. Su razón de ser es alcanzar la máxima ganancia, lo que lo lleva a una producción desmedida y a la sobreexplotación de los recursos naturales hasta su agotamiento. Esta dinámica, intrínseca al modo de producción capitalista, lo convierte inevitablemente en una fuerza devastadora para el medio ambiente, sacrificando tanto los ecosistemas como el bienestar humano en aras del beneficio económico.

Esta lógica destructiva que Marx identificó se materializa crudamente en el caso del sistema Lerma-Chapala-Santiago, cuya geografía contaminada revela el patrón de sacrificio ambiental. El lago de Chapala, principal fuente de agua para millones de mexicanos sufre un envenenamiento silencioso. Metales pesados como plomo, arsénico y mercurio —vertidos por grandes corporaciones transnacionales— han convertido la cuenca Lerma-Chapala-Santiago en un ejemplo de sacrificio ambiental en nombre del “progreso industrial”. Este sistema hidrológico, que constituye una de las redes fluviales más importantes del centro-occidente mexicano, tiene su origen en el Río Lerma, cuyas aguas nacen en las montañas de Almoloya del Río, en el Estado de México. A lo largo de su recorrido, el río atraviesa cinco entidades federativas (Hidalgo, Querétaro, Guanajuato, Michoacán y Jalisco) antes de depositar sus contaminadas aguas en el lado de Chapala. Desde este gran cuerpo de agua, las aguas resurgen convertidas en el Río Santiago, que tras cruzar la región de la Ciénega llega a los municipios de El Salto y Juanacatlán, donde comienza su descenso hacia el Pacífico. Este trayecto culmina finalmente en Santiago Ixcuintla, Nayarit, completando así un ciclo hidrológico de 1,281 kilómetros que hoy transporta más sustancias tóxicas que vida.

Un grupo de especialistas de distintas universidades del país publicaron en la Revista Internacional de Contaminación Ambiental de la UNAM una serie de datos alarmantes sobre metales pesados que están presentes a lo largo del río Lerma; entre ellos destacan: zinc (ZN), hierro (Fe), cobre (Cu), manganeso (Mn), cromo (Cr), mercurio (Hg), arsénico (As) y plomo (Pb). Estos metales no aparecen por accidente: son el resultado de décadas de descargas industriales sin control. Empresas como Nestlé, Sachs, Hutsman, Genpro, Virbac, Kao, Grupo Celanese y Urrea han convertido el río en un depósito de residuos tóxicos. La Universidad de Guadalajara (UdeG) ha advertido que esta contaminación representa una crisis ambiental silenciosa que amenaza la calidad del agua que consumen millones de personas en el Área Metropolitana de Guadalajara (AMG), región que depende en un 60 por ciento del suministro proveniente de esta fuente hídrica.  

El Río Lerma desemboca en el lago de Chapala transportando un caudal contaminado por descargas de aguas residuales tanto domesticas como industriales. Estas aguas contienen una peligrosa mezcla de materia orgánica, metales pesados y compuestos químicos que degradan progresivamente la calidad del vital líquido. En su trayecto, la cuenca alberga los dos corredores industriales más importantes del país: el complejo Toluca-Lerma con más de 1,000 empresas manufactureras y Ocotlán-El Salto con alrededor de 700 empresas, esencialmente de la industria metalmecánica, química-farmacéutica, metalúrgica, automotriz, electrónica, de alimentos y bebidas. La cuenca recibe además las descargas de las zonas industriales de Guanajuato y de la refinería de Salamanca.

Los estudios de la UNAM y la UdeG no solo revelan metales en el agua: exponen un crimen social, condenan a generaciones a padecer cáncer, daño renal y malformaciones. En Juanacatlán, el 40 por ciento de los niños tenían arsénico en sus cuerpos, y el 93 por ciento tenían plomo. En El Salto, el 98 por ciento de los niños tenía cadmio. En dichos municipios jaliscienses existe una gran cantidad de evidencia respecto a la presencia de ácido sulfhídrico y su daño a las vías respiratorias; el arsénico y su asociación a problemas en la gestación; el daño genotóxico y citotóxico, asociados a la exposición crónica a metales pesados y la disminución en la función respiratoria de niños. Además, en el 21 por ciento de los niños estudiados se les encontró pesticidas en la orina, bacterias patógenas para el sistema respiratorio en aire y metales diseminados por todo el pueblo. El caso más grave se registra en Poncitlán, donde —según el Hospital Civil de Guadalajara— el 20 por ciento de la población padece enfermedad renal crónica, situando a este municipio como el de mayor incidencia mundial de este padecimiento.

Esta crisis ambiental tiene profundas raíces históricas en el modo de producción capitalista. Desde los años 30 del siglo XX, multinacionales como Nestlé y Celanese implantaron un patrón de explotación que privilegió las ganancias sobre la sostenibilidad ecológica. La degradación se aceleró en tres fases clave: (1) la creación del corredor industrial Ocotlán-El Salto en 1967, que transformó la cuenca de El Ahogado en zona de sacrificio; (2) la llegada de Ciba Geigy en 1972, que marcó el inicio de la destrucción sistemática del río Santiago; y (3) la implementación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, que atrajo 400 nuevas plantas manufactureras, plantas que operan hasta la fecha; se han contabilizado alrededor de 750 en todo el corredor, de las cuales más de 70 son transnacionales.

Frente a esta catástrofe ecológica que Marx anticipó, donde el capital rompe el ciclo agua-vida-salud en la cuenca Lerma-Chapala-Santiago, se vuelve necesario e imprescindible una planificación de la producción y un cuidado minucioso de uno de los recursos naturales más importantes, como lo es el agua, uno que permita su uso racional y conservación. Necesitamos una economía que respete la actividad empresarial, pero dentro de cierto límite, el que exige la protección de los ecosistemas y la sustentabilidad; no importa que ello limite la acumulación de las ganancias de los tiburones del capital; total, éstos no se extinguen; por el contrario, aumentan y engordan. La humanidad tiene derecho a defender su propia existencia y la de los demás seres vivientes del planeta, y para eso deben tomarse medidas enérgicas que permitan detener el ecocidio. Nadie puede arrogarse el derecho de apropiarse y, sobre todo, de contaminar los recursos naturales para la vida. Necesitamos detener a los destructores del planeta; mañana puede ser muy tarde. Que conste.

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