En México seguimos viviendo bajo un modelo cultural que decidió, hace ya varias décadas, renunciar a su responsabilidad elemental: educar al pueblo. El arte, y particularmente el teatro, quedó reducido a mercancía decorativa en manos del capital, a entretenimiento pasajero o a espectáculo para élites que jamás han pisado una colonia popular.
Antorcha es la única organización social que ha logrado construir un movimiento cultural masivo, estable y nacional, con escuelas y grupos donde jóvenes se forman sin pagar ni depender de becas gubernamentales.
En un país donde apenas el 48.7 % de la población declaró haber asistido a al menos un evento cultural en los últimos 12 meses (aun cuando la cifra ascendía a 57.8 % antes de la pandemia), de acuerdo con información del portal mexiconewsdaily.com, ¿qué posibilidad tiene entonces un joven de Iztapalapa, de Tehuacán o de Balcones del Sur de encontrarse con Sófocles, Lorca o Brecht sin pagar una entrada que supera por mucho su salario del día o de la semana?
Por eso, cuando Antorcha anuncia el XXIV Encuentro Nacional de Teatro 2025 no está anunciando un evento más. Está defendiendo una causa cultural que en México casi nadie quiere dar: regresarle el arte al pueblo. Y eso molesta, claro.
Molesta porque demuestra que sí se puede; que hace falta voluntad política, organización y trabajo; no discursos burocráticos de secretarías culturales que presumen “democratización del arte” mientras recortan presupuestos y entregan los escenarios al mercado.
Este 28, 29 y 30 de noviembre, el majestuoso Teatro “Aquiles Córdova Morán” ubicado en Tecomatlán, Puebla, recibirá más de 32 puestas en escena y 600 actores, una cifra que ningún fondo gubernamental podría sostener sin convertirlo en espectáculo comercial.
Aquí no hay un centavo de patrocinios ni “apoyos institucionales”: hay 10, 20, 30 años de trabajo cultural cotidiano en colonias, pueblos y escuelas.
Aunque a muchos les incomode aceptarlo, Antorcha es la única organización social que ha logrado construir un movimiento cultural masivo, estable y nacional, con escuelas de danza, grupos de música, compañías de teatro y miles de jóvenes que se forman en disciplinas artísticas sin pagar cuotas ni depender de becas gubernamentales que hoy están y mañana desaparecen.
Quien haya asistido a un Encuentro Nacional de Teatro sabe que allí no hay teatro chatarra; no hay comedias fáciles, ni monólogos para “influencers”, ni adaptaciones televisadas. Allí se monta a Chéjov, Brecht, Lope de Vega, Treniov, García Lorca, Cervantes. Obras que exigen estudio, que duelen, que interpelan, que iluminan la conciencia; obras que, como decía Vania Mejía —directora de la Compañía Nacional de Teatro “Víctor Puebla”— en 2024: “tienen un mensaje poderoso que decir a la gente, sin importar la época”.

Ese tipo de teatro, el que incomoda y hace pensar, el que denuncia la injusticia y exhibe las contradicciones del sistema, es precisamente el que el modelo cultural neoliberal ha querido enterrar. No porque “no venda”, sino porque un pueblo que piensa es un pueblo peligroso.
Y, sin embargo, miles de jóvenes y adultos de todo el país ensayan después de trabajar, estudiar o atender sus casas; madres de familia que se levantan a las 4 de la mañana para alcanzar el transporte y llegar a tiempo al ensayo; obreros que aprenden textos enteros en sus ratos libres; estudiantes que encuentran en el teatro no un hobby sino una forma de entender el mundo. Esa es la verdadera dimensión del Encuentro Nacional de Teatro.
El teatro antorchista no es entretenimiento, es una herramienta de lucha. En un país donde la escuela ha sido desplazada por TikTok como fuente de “educación”, donde los algoritmos moldean la opinión pública y donde las redes sociales fabrican ficciones que alienan, el teatro recupera a la persona, la sienta frente al otro, obliga a ver, escuchar, sentir.
Un buen drama puede más que cien reels o discursos. Una tragedia bien montada puede iluminar lo que las noticias polarizan. Una obra clásica puede despertar conciencias que ningún influencer toca. Por eso los poderosos lo han querido domesticar; por eso Antorcha lo regresa a su origen: al pueblo.
Más de 350 mil mexicanos han presenciado el teatro antorchista en sus 23 ediciones anteriores. Ninguna institución pública en México puede presumir algo semejante. Y menos aun sostenerlo durante décadas, en pandemia, sin presupuesto estatal y bajo una política cultural que ha preferido destruir que construir.
Mientras en México el sector de artes, entretenimiento y recreación generaba en 2019 ingresos por aproximadamente 117 mil millones de pesos en 51 mil 352 unidades económicas, y en el primer trimestre de 2025 la ocupación laboral de este sector alcanzó más de 1.06 millones de personas. Eso demuestra que hay potencial humano y económico en el arte popular; pero hace falta organización para canalizarlo.
El próximo Encuentro Nacional de Teatro no sólo promete montajes de gran calidad; promete continuar la tradición de usar el arte como arma de elevación humana. Promete que un niño de una colonia popular o de una comunidad campesina pueda ver “Antígona” o “La vida es sueño” sin pagar un peso por la entrada; que una madre de familia pueda subirse al escenario; que el teatro sea, una vez más, ese rayo de luz que rompe la oscuridad, como dijo el dramaturgo Konstantín Treniov.
En un país donde el arte se ha convertido en privilegio, Antorcha insiste: el teatro le pertenece al pueblo y debe seguir despertándolo.
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