La realidad en la que viven millones de mexicanos es totalmente diferente a la que pregonan los políticos. La pobreza avanza y el descontento se acentúa cada día ante el inminente fracaso de las políticas emprendidas por el actual gobierno federal. La paciencia del pueblo, en general, está llegando a sus límites, y llegará el momento en que las transferencias monetarias dejarán de surtir el efecto anestésico que hoy juegan en la conciencia de la clase pobre.
Somos más de 60 millones de pobres, un verdadero ejército, una verdadera fuerza que, si se lo propone, puede cambiar el rumbo del país.
Al pueblo se le están acabando las opciones. Ya los partidos tuvieron la oportunidad de gobernar, de implementar sus estrategias para combatir la pobreza y la desigualdad, pero los resultados son los mismos: al final de cada sexenio entregan un país igual o peor que como lo recibieron. Un claro ejemplo es el fallido sexenio del expresidente Andrés Manuel López Obrador, que dejó un país dividido y obras faraónicas que hasta la fecha no son rentables.
Ante este descontento generalizado —que, aclaro, no es de ahora— se abre la pauta para que diferentes sectores de la población se organicen y se manifiesten por la defensa de sus derechos económicos, sociales, políticos, laborales, entre otros. Así, vemos cómo médicos, enfermeros, maestros, estudiantes, campesinos, jornaleros y obreros salen a las calles para denunciar las injusticias que cada sector padece y que al gobierno poco le importa resolver.
Cada movilización juega un papel fundamental en la educación, la concientización, la formación política y la organización de los ciudadanos. Sin duda, la lucha práctica genera un sentimiento de unidad y solidaridad entre la ciudadanía, y eso es beneficioso para dar el siguiente paso: la lucha por el poder político.
Es gracias a la lucha práctica que el pueblo puede comprender y entender de forma objetiva su papel en la construcción de una sociedad más justa; es a través de ella que el pueblo comprende la verdadera esencia de la lucha de clases y fortalece su ideología, además de ver con más objetividad al servicio de quién está todo el aparato del Estado.
Por muchos años, las movilizaciones y luchas emprendidas han sido de carácter economicista y asistencialista, es decir, para conseguir apoyos inmediatos como la introducción de servicios básicos, mejor educación, salud, empleos mejor remunerados, o lograr un lote donde construir un patrimonio.
Aunque en muchos casos se logra lo solicitado, esto no acaba con el problema de raíz: el modelo económico que tiene nuestro país, un modelo que beneficia a unos cuantos a costa del trabajo de los verdaderos generadores de la riqueza nacional: la clase obrera y los campesinos de México.
La realidad exige ya que el pueblo no se quede en la lucha simplemente reivindicativa, sino que es necesario dar el salto y avanzar hacia la lucha política por transformaciones que generen cambios verdaderos en la estructura económica, política y social.
Pero estas transformaciones deben germinar en las fábricas, en los pequeños y grandes consorcios capitalistas, donde la clase obrera debe sacudirse el dominio y la explotación, la influencia de los patrones que buscan convertir a los trabajadores en una clase domesticada que no se levanta, que no impone su rebeldía y que acepta su destino como si fuera un designio divino.
En esta constante lucha de clases, el campesinado también debe luchar por formarse políticamente como la fuerza que debe jugar su rol como aliado de la clase obrera, y que, dentro de esta alianza, comprenda su papel en el proceso de la construcción de una nueva sociedad.
Pero para comprender ese rol en el proceso de cambio, necesita profundizar en el estudio científico, en el estudio marxista. Para dar el salto hacia la formación de un partido del pueblo, se necesita una ideología de clase sólida, como el acero.
La alianza obrero-campesina es el núcleo esencial para determinar la aniquilación del sistema capitalista, y en medio de estas ruinas, impulsar con fortaleza el nuevo poder popular: el poder del pueblo.
Este sistema de explotación del hombre por el hombre está generando las condiciones necesarias para su fin. Mientras otras naciones avanzan en nuevos modelos económicos que benefician a la población, en México el poder económico sigue dominando al poder político, y eso ya debe acabarse.
Somos más de 60 millones de pobres, un verdadero ejército, una verdadera fuerza que, si se lo propone, puede cambiar el rumbo del país. Esa es la tarea de la clase trabajadora, y cuenta con el apoyo de millones para cumplirla.
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