Miles de personas se congregaron en Ixtapaluca para rendir homenaje a un hombre cuyo secuestro marcó la historia reciente del antorchismo y reveló la crudeza del poder político en México
La mañana del 6 de octubre de 2013, Manuel Serrano Vallejo, un hombre de 74 años, se dirigía a su puesto de periódicos en Tultitlán. No sabía que esa rutina, repetida incansablemente durante más de 50 años como voceador, sería su último acto en libertad. Su secuestro y posterior asesinato se convirtieron desde ese momento en el símbolo.
Doce años después de aquel otoño funesto, la herida sigue abierta, pero ha sido transformada en memoria y en motor de lucha.
Ese acto ruin en contra del Movimiento Antorchista, sin embargo, se convirtió en una bandera de resistencia, coraje y en un motivo para seguir luchando.
Don Manuel no era un político ni un empresario acaudalado. Era un hombre de origen humilde que conoció desde joven la necesidad y el esfuerzo, y con su trabajo honrado formó un hogar junto a su esposa Guadalupe Hernández (QEPD) y sus hijos.
A todos ellos los impulsó a estudiar, a superarse. Una de sus hijas, Maricela Serrano Hernández, se había destacado como una importante líder social. Para 2013, su ascenso político la había llevado a la presidencia municipal de Ixtapaluca, un municipio marcado por la marginación, pero también por un despertar social que generó una enorme tensión con los cacicazgos locales, acostumbrados a un control sin contrapesos.
La nueva administración antorchista estaba cambiando el rostro de Ixtapaluca manejando los recursos públicos con honestidad, y eso no se lo perdonarían.
Ese 6 de octubre, la noticia cayó como una losa. El lugar de trabajo de don Manuel estaba abandonado, sin rastros de robo ni huellas de lo ocurrido. De inmediato, su familia y el Movimiento Antorchista denunciaron que no se trataba de un secuestro común, sino de un acto de intimidación política.
“El secuestro de mi padre es un golpe político que busca desestabilizar el gobierno de Ixtapaluca y amedrentar a nuestra organización”, declaró Maricela Serrano en aquel entonces.
La respuesta de Antorcha fue inmediata y contundente. Miles de militantes se movilizaron en marchas, cadenas humanas y mítines por todo el país, exigiendo la presentación con vida de Don Manuel. Su rostro se multiplicó en pancartas y espectaculares. Pero se toparon con un muro de indiferencia y hostilidad por parte del gobierno estatal de Eruviel Ávila.
La represión escaló a la provocación: días después del secuestro, en las autopistas del Estado de México aparecieron anuncios espectaculares con calumnias contra los líderes antorchistas. Lo más grave es que esos anuncios eran custodiados por la policía estatal para evitar que fueran retirados, una clara señal de complicidad.
Casi un año después, en septiembre de 2014, la PGR anunció la detención de varios implicados y, con ello, la devastadora confirmación: Don Manuel había sido asesinado y su cuerpo desaparecido.
La noticia, aunque temida, no mermó la determinación de los antorchistas. La exigencia de justicia se transformó: ahora el objetivo era ir tras los autores intelectuales. Para Antorcha, el móvil político era la única explicación lógica detrás de la crueldad del crimen, pero la investigación, a pesar de los señalamientos directos contra personajes de la política, nunca llegó al fondo, dejando impunes a quienes ordenaron el secuestro.
Doce años después de aquel otoño funesto, la herida sigue abierta, pero ha sido transformada en memoria y en motor de lucha. Este 6 de octubre de 2025, el recuerdo de Don Manuel se convocó una vez más, no con silencio, sino con la voz de una organización que no olvida.
Entre los acordes solemnes de la orquesta sinfónica y los bailes populares del grupo “In Xóchitl In Cuícatl”, miles se reunieron para mirar al pasado, no para quedarse en él, sino para entender el presente.
En el centro del acto, su hija Maricela tomó la palabra. Su discurso no fue un lamento, sino la crónica viva de la batalla que precedió a la tragedia. Con la voz firme, evocó el asedio que enfrentó su administración en 2013: un “bloqueo administrativo feroz”, orquestado, afirmó, por el entonces gobernador Eruviel Ávila para ahogar al gobierno popular.
“Querían evitar que Antorcha mostrara su filosofía en la práctica”, sentenció. Pero, a pesar de eso, el gobierno antorchista demostraba su capacidad, transformando a fondo a Ixtapaluca, “gracias a la solidaridad de todo el antorchismo nacional”, explicó.
El secuestro de su padre, cuidadosamente planificado, fue, en sus palabras, “la máxima represión”, el golpe más cruel de un poder que no se tentó el corazón. Maricela denunció la impunidad que aún cobija a los autores intelectuales, afirmando que los sicarios detenidos confesaron haber sido contratados por políticos, incluyendo a Armando Corona, exalcalde y cacique de Ixtapaluca, pero fueron silenciados para protegerlo. “Ese señor siguió en la impunidad”, lamentó, a pesar de que posteriormente le cayó un “castigo divino”. (Corona murió años después, en 2020, por covid-19).
El evento fue un acto de reafirmación, un recordatorio de que el dolor debe ir acompañado “de rabia, de coraje, pero no para achicarnos”, para no retroceder y seguir, pase lo que pase; fue un llamado a convertir el luto en una lucha más fuerte contra las mismas fuerzas que hoy gobiernan de nuevo Ixtapaluca.
“Aquí estamos”, proclamó con vigor, rodeada de su familia y sus compañeros de lucha, quienes gritaban consignas como, “Don Manuel, querido, en Antorcha sigues vivo”.
La crónica del secuestro de Manuel Serrano es, así, el relato de cómo la violencia es la herramienta del poder para acallar a los que no se conforman, a los que no resignan. Y, tras doce años de su partida, la sombra de aquel 6 de octubre sigue presente, no como un recordatorio de dolor, sino como la prueba viva de que frente al olvido, la memoria y la organización son las formas más profundas de la resistencia, y el camino que hay que seguir si es que se quiere un mundo mejor, más digno y justo, tal como lo dijo la dirigente en su discurso.
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